Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS II Diario Penal Nro. 228 – 22.03.2019


DOCTRINA EN DOS PÁGINAS II

“Las subculturas del delito” (Parte IV)

Por Milagros Lujan García Fernández

Cloward (1926-2001)y Ohlin (1917)

Ellos han efectuado grandes progresos en la teoría de la anomia, elaborada por Merton. Tratan de unificar dos variantes de las primeras sociologías del delito: la anomia, que se ocupa de los orígenes de la conducta desviada, y la asociación diferencial, que se concentra en la transmisión de estilos de vida desviados, interviniendo también elementos de la teoría de la subcultura,  constituyendo de esa manera la “la teoría de la desigualdad de oportunidades”

En palabras de los propios autores, “el concepto de la estructura de la desigualdad de oportunidades nos permite unir la teoría de la anomia, que reconoce el concepto de diferencias en el acceso a medios legítimos, y la “tradición de Chicago” en la que el concepto de diferencias en el acceso a los medios ilegítimos está implícito”[1]

Tanto Cloward como Ohlin aceptan muchos de los argumentos elaborados por Merton, como la existencia de una meta cultura omnipresente, el éxito monetario, una sociedad norteamericana en donde hay una enorme desigualdad entre las clases sociales a la hora de acceder de un modo legitimo a la meta cultura. Ante esta desigualdad, que produce una frustración en los individuos, utilizan medios ilegítimos para cumplir sus metas. [2]Sin embargo, estos autores sostienen que hay una desigualdad en el acceso a las oportunidades ilegitimas. Lo medios ilícitos no son igualmente accesibles para todos. El adquirir un papel desviado no es algo sencillo de disponer, su acceso depende de varios factores, como la posición económica, la edad, el sexo, la raza, la personalidad, etc. Solamente en aquellos barrios en donde el crimen aparece como algo estable e institucionalizado, operara como un fértil campo de aprendizaje para los jóvenes de ese ambiente. Es por esta razón, que concentran su teoría de las diferentes oportunidades en un grupo: los jóvenes varones de clase social baja que viven en grandes centros urbanos. Hay tres grandes grupos de subculturas juveniles:[3]

  1. Subcultura criminal: este tipo de subcultura aparecerá fácilmente en aquellos barrios de clase baja relativamente estables, en el que la mayoría de los miembros de la comunidad se conocen unos a otros y aparece la delincuencia y la corrupción como una forma de vida aceptada por la comunidad y muy difundida en la misma como algo normal. En este tipo de barrios el rol criminal de los adultos es el modelo a imitar por los jóvenes que son socializados en una subcultura criminal en la que disponen de todos los medios y oportunidades para aprender este tipo de comportamiento. Se produce un adoctrinamiento en el delito.
  2. Subcultura del conflicto: En contraste con el tipo anterior, esta subcultura aparece en aquellos barrios menos estables, caracterizados por su desorganización social, en la que la mayoría de sus residentes viven en grandes edificios que generan una clase de personas aisladas y anónimas, en los que no hay contacto entre generaciones de delincuentes. En este tipo de barrio las oportunidades ilegítimas de acceder a la delincuencia no son tan fáciles, pero promueve el uso de la violencia para alcanzar un status o representatividad.
  3. Subcultura de la retirada o del abandono: Finalmente, hay individuos en todas las comunidades de clase social baja que fracasan en ambas estructuras de oportunidades (legítimas e ilegítimas). Estos “dobles fracasados” forman una “retreatist subculture”. Ellos elegirán una forma de vida fuera de su comunidad en torno a las drogas, el alcohol o cualquier otra fórmula de evasión.

En síntesis, éstos dos autores se partan de Merton en los siguientes puntos:[4]

  1. Presentan la mayor parte de la conducta desviada como una actividad colectiva y no como una adaptación individual.
  2. Indican cómo se puede evitar el sentimiento de culpa y se puede identificar al sistema como responsable de los problemas que se experimentan colectivamente; es decir que, en determinadas situaciones, los obstáculos para el éxito pueden ser visibles y de ellos resultan adaptaciones colectivas.
  3. Destacan la trasmisión de las culturas delictivas en los barrios bajos organizados, que brindan lo que denominan una estructura de oportunidades ilegítimas de éxito. La subcultura no se cristaliza apartándose del consenso existente; ya existe y, mediante asociación diferencial, proporciona un tipo particular de oportunidades y estilos de vida.
  4. Ponen énfasis en el desarrollo de nuevas subculturas totalmente ajenas al consenso, resultante de la falta o escasez de oportunidades legítimas e ilegítimas.

En cuanto a las aspiraciones, estos autores a diferencia de lo que postulaba Cohen, entendían que no todos los jóvenes de clase baja desean alcanzar las mayores expectativas de la sociedad, no todos quieren vivir como la clase media o alta. Para estos dos autores,  las presiones que llevan a la formación de las subculturas delincuenciales provendrían de las discrepancias entre las aspiraciones de los jóvenes de clase baja y las oportunidades que tienen para alcanzarlas legítimamente, de acuerdo a la óptica de Merton, y también a la diferencia de acceso a formas de comportamiento, según Sutherland. Las oportunidades legitimas que ofrece el sistema para enriquecerse son limitadas, sin embargos las oportunidades de obtener dinero de manera ilícita tampoco están bien distribuidas. No cualquiera puede convertirse en un delincuente, sino que depende de la organización de cada barrio de clase baja. Ello hará posible una rápida integración de los jóvenes delincuentes con el mundo adulto y permitirá un ascenso dentro de la subcultura, y también una integración de valores subculturales y de la cultura convencional. Si se dan estos elementos, la estructura del área era una que ofrezca oportunidades para delinquir.

Conclusión

Luego de haber desarrollado a los autores más exponenciales de las subculturas criminales, podemos afirmar que estamos frente a una temática universal que no reconoce fronteras. Se manifiesta no solo en las personas catalogadas como pobres, sino que puede darse en cualquier clase social.

Un ejemplo de esta fenómeno, son los “Maras”.

A principios de los años 80’ llega a los Estados Unidos, principalmente a Los Ángeles (California), un grupo numeroso de inmigrantes salvadoreños que escapaban de las sangrientas guerras internas que vivía El Salvador (1). Algunos de estos jóvenes forman las agrupaciones que tomarían el nombre de”Maras” y cuyas dos vertientes principales serían la ”Mara Salvatrucha” (MS 13) y la Mara 18 (MS 18).

Las maras surgen en un principio como organizaciones de protección del barrio o la calle en la que se vive y para impedir que bandas provenientes de otros barrios –sobre todo en reacción contra el predominio de los barrios de “cholos” mexicanos en East Los Angeles- se apoderaran del control o el dominio de la zona. El carácter especial de estas bandas es el uso abierto y sancionado de la violencia, ya sea como protección o como agresión, y la práctica sistemática del delito. El consumo de drogas y el aumento constante en la adquisición y el uso de armas aceleraron esta espiral de violencia hasta límites extremos. Pronto el narcotráfico, el tráfico de armas, los asaltos y otras actividades delictivas se convirtieron en las acciones principales de las maras. La pertenencia a una mara le otorgó a muchos jóvenes desocupados, sin familia, sin documentos y provenientes de hogares dispersos por la guerra civil y la miseria, una identidad. El Barrio, la “clica”, con su forma de vida denominada “la vida loca” se transformó en una razón de ser y un lema: “Por mi madre vivo, por el Barrio muero”. En muchos casos se generó una especie de identificación de los integrantes de la mara –los “homeboys” o “hommies”- entre sí, como pertenecientes a una misma “familia”, lo que les otorgó lazos de “fraternidad” similares a los de las mafias criminales. A su vez, la solidaridad entre los miembros de la mara significó una total indiferencia y hasta el desprecio por el resto de la sociedad.[5]

A su vez, la sociología ha desarrollo teorías para poder darle respuesta al fenómeno de la delincuencia juvenil. Muchas de las explicaciones fueron adoptadas por la teoría de las subculturas criminales, para dar cuenta del fenómeno de los adolecentes que incurren en delitos de manera grupal y buscando no solo un botín económico, sino algo mas trascendental, en donde el valor va mas allá de lo económico, o del valor de mercado. Esto fue lo que llevo a uno de los autores, Cohen, a sostener que esta delincuencia es “antiutilitaria”y “negativa”. Estas dos características, fueron asimiladas a la población de clase baja. Empero, considero que es más amplio el panorama, abarcando también a las clases más adineradas de la sociedad.

Tanto Cohen, como Matza, Cloward y Ohlin no dan respuesta a los fenómenos de violencia ocasionados por los jóvenes que carecen de necesidades, de privaciones, de frustraciones, de educación, y que no forman parte de sus categorías expresadas anteriormente. Hoy en día, nos enfrentamos a una violencia mucho más significativas que en los años 30’, 40’ o 50´en la argentina, producto de del fácil acceso a armas de fuego y del aumento en el consumo de drogas.

Podemos observar en nuestra sociedad, casos[6] de jóvenes que fallecen producto de peleas entre pares, a la salida de un boliche, en plena madrugada, consumidos por el alcohol ingerido. En estos casos, no se trata de una pelea de territorio como sería el caso de los Maras, tampoco estamos frente a jóvenes “sucios”, “feos”, “pobres”, “malos”, “negros”, sino frente a chicos ricos, de buena clase social, con una buena educación y con posibilidades de acceso a cualquier solución.

Por lo tanto, mi pregunta es la siguiente: ¿Por qué frente a esos casos de vandalismo y violencia, la opinión pública no habla de “inseguridad”, “pánico social”, o de la necesidad de endurecer el sistema penal?, ¿Por qué tal diferenciación?, ¿acaso el niño rico es menos ofensivo que el niño pobre porque se ve más lindo? ¿Es menos reprochable la conducta delictiva al joven de clase alta? , no entiendo el por qué, si la conducta es la misma, lo único que cambia es el autor. [7]

Esto genera una problemática que estos autores no han podido responder, la cruda realidad es que hoy en día la corriente positivista en nuestra sociedad es muy predominante, seguimos catalogando a la gente según su condición social y según su apariencia. Creemos que aquellos de apariencia sospechosa son el mal de nuestra sociedad, y que debemos eliminarlos a fin de evitar que rompan con el orden social establecido. Mientras ese pensamiento sea el predominante, nunca podremos evolucionar, sino que con el tiempo volveremos a la época medieval, restaurando la pena de muerte para aquellos inadaptados y haciendo justicia por su propia mano.

[1] CLOWARD, Richard y Lloyd E. OHLIN: Delinquency and Opportunity: A theory of delinquent

gangs, Free Press, Nueva York, 1960, pág. 151.

[2] En este punto es donde la teoría defendida por CLOWARD y OHLIN, difiere de los argumentos de MERTON. Le critican por asumir que quienes no tienen la oportunidad de lograr éxitos económicos mediante los medios institucionales y/o legítimos sean capaces de dirigirse a lograr éxitos económicos por medios ilegítimos. En cambio, ellos argumentan que también hay variaciones en las estructuras sociales en la disponibilidad de medios ilegítimos al igual que para los medios legítimos.

[3] Vázquez Carlos “Teorías criminológicas sobre delincuencia juvenil” Ed. Uned, Madrid ,pág. 26

[4] Anzit Guerrero, Ramiro; Benavídez Sergio Alejandro; Destéfano E. Leandro  “Las subculturas del delito en la Argentina”, Ed. Editor, Buenos Aires, 2015, página 33

[5] Anzit guerrero, R. y Fernández Hall Lilian, “Por mi madre vivo…por el barrio muero Maras, Clicas o pandillas en Centroamérica y México” http://www.anzit-guerrero.net/articulos.php

[6] Un caso fue el de Matías Bragagnolo en Abril del año 2006. Se refiere a un adolecente de 16 años que murió como consecuencia de una pelea entre chicos producto del robo de un celular. Surgió de la información periodística que el motivo de la pelea fue insignificante, y que los protagonistas buscaron poner en juego una demostración de fuerzas, sin medición de las consecuencias.

[7] Guemureman S., “Ni bandas ni pandillas: la miopía de las teorías de las subculturas para explicar la violencia juvenil”, Revista Temas sociológicos N°11, Buenos Aires, 2006, pagina 169

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