Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 198 – 13.08.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

Entre la vida y la muerte

Por Jorge H. Sarmiento García

En estos momentos tan azarosos, donde permanece constante la tensión dramática entre varios humanismos falsos que, asegurando defender y exaltar a la humanidad la degradan, y el verdadero humanismo, me parece conveniente ante todo recordar que, v. gr.:

Hipócrates concibió como natural el problema de saber a cuáles niños conviene crear.

            Séneca consideraba razonable ahogar a los niños débiles.

            Cicerón pensaba que la muerte de un niño se soporta “aequo animo” (con el alma serena).

            Tácito calificaba como excéntrica la costumbre de los judíos de no querer eliminar a ningún recién nacido.

            Soranos de Efeso definió a la puericultura como el arte de decidir cuáles son los recién nacidos que merecen ser criados.

            Y esta selección caracteriza tanto a la sociedad griega como a la romana, lo que no es de extrañar siendo que, paralelamente, en la Roma imperial por ejemplo, prevalece la idea de la inferioridad natural de la mujer, la que en rigor no era sujeto de derecho sino un objeto, cuya condición era de la competencia del padre, el suegro o el marido, quien tenía el derecho de vida o muerte sobre sus hijos.

            Hoy, en nuestras sociedades técnicamente desarrolladas pero humanamente empobrecidas, no son pocos los que procuran la extensión del aborto, la “cultura del descarte” en la fecundación asistida y tantos otros absurdos -o al menos yerros- similares, los que en definitiva conducen al “uso” de la mujer, en reivindicación tardía pero inhumana de la concepción de la mujer en la antigüedad, donde por ejemplo se admitía la “desaparición forzada de las hijas menores”, debida a que por lo general el padre conservaba a todos sus hijos varones por razones de utilidad militar o laboral, pero a una sola hija, comúnmente la mayor. Un punto de comparación con lo expuesto lo tenemos actualmente en algunas sociedades islámicas…

            Pero en estos tiempos vivimos en la era del relativismo, que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.

En razón de ello, traigo a cuento que el próximo 18 de agosto se cumple un nuevo aniversario de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem” de San Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer, donde el Papa ha usado la expresión “genio femenino” y en textos posteriores ha intentado esclarecer de qué se trata, habiéndose afirmado que podría definirse el genio femenino como el conjunto de los dones específicamente femeninos –comprensión, objetividad de juicio, compasión, etc.– que se manifiestan en todos los pueblos. Estos son una manifestación del espíritu, un don de Dios para realizar la vocación de asegurar la sensibilidad para el hombre. El genio femenino es la condición para una profunda transformación de la civilización actual. El mentado Papa ha dicho en más de una ocasión que hay sistemas que alimentan estructuras de pecado, de muerte, y que se necesitan estructuras de vida. El “genio femenino” llevaría esta característica de la vida y haría saltar el sistema de muerte. El genio femenino no es una serie de dones extraordinarios encarnados en mujeres extraordinarias. Son dones vividos por mujeres simples que los encarnan en la normalidad del vivir cotidiano. El Papa deja muy claro que el genio femenino no es una contribución exclusiva para la mujer sino para toda la humanidad.

 Exhortación, entonces, para las mujeres, pues la vocación al amor, propia de toda persona humana, tiene una relación particular con el genio femenino, porque, en el plano de la creación y también en el de la redención, Dios  le ha confiado de un modo especial al ser humano (incluidos los concebidos no nacidos); el genio femenino debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños (también los nonatos) estén protegidos contra la muerte.

De lo contrario la vuelta a lo más cruel de la antigüedad no tendrá retorno, con lo que lógicamente se profundizará la cosificación de la mujer, haciendo uso de ella o de su imagen para finalidades que no la dignifiquen ni como mujer, ni como ser humano.

Y todos somos sujetos que piensan, eligen y actúan, no meros objetos de la naturaleza, con capacidad de decidir cómo actuaremos, lo que en su nivel más profundo significa escoger entre el bien y el mal, la vida y la muerte. Un humanismo verdadero y una libertad verdadera reconocen que hay ciertas verdades inscritas en la condición humana, dependiendo nuestra realización de traducir esas verdades en actos. No infrinjamos entonces la ley que llevamos dentro, convirtiendo al nonato en mero objeto, incluso en algo que hasta se usa, vendiendo sus órganos y entregándolos después de su muerte.

 

 

 

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