
Léxico y derecho (Parte II)
Por Claudio Martín VialeLos mitos de la política argentina
Los mitos, esos relatos que la imaginería popular instala como medios milagrosos para la solución de problemas de la realidad que superan la media o el modelo, no han sido ajenos a la política de todos los tiempos.
Hay culturas en las que la vigencia de los mitos penetra toda la realidad consagrando prescripciones prodigiosas para reducir la complejidad social a un patrón homogéneo, con la limitación a la libertad personal que ello supone.
En las culturas en las que la razón desplaza a los mitos, como consecuencia del proceso de análisis y reflexión a la que se somete la articulación de la realidad social, las distintas ideas que genera la convivencia no se arraigan en mitos sino en instituciones que receptan la pluralidad, asegurando a través de procedimientos previamente acordados, que suponen participación y deliberación, encauzar en armonía las iniciativas personales.
Son las instituciones y no los mitos las que hacen posible articular las diferencias que surgen en una sociedad como la actual que se caracteriza por la heterogeindad y la interculturalización.
La argentina es una sociedad que, a pesar de jactarse de ser un crisol de culturas y respetar las diferencias, no ha logrado desprenderse de los mitos y someterse a las exigencias de la razón, relajándose en una bipolaridad que, por un lado, declama el sometimiento a las instituciones, producto de la razón, y a la misma vez, justifica su desconocimiento con fundamento en los mitos.
La República, una de las ideas fundamentales del Estado Democrático de la modernidad, se la vocea y a la vez se la denigra desconociendo la división de poderes cuando se delega la tarea legislativa en el Ejecutivo, o menospreciando la función de los Jueces, o incumpliendo con la publicidad de la actuación gubernamental escamoteando y tergiversando información, etc.
Al principio de la representación democrática, que le da legitimidad al ejercicio del poder, no se lo niega, pero es omitido cuando se lo sustituye por procedimientos asamblearios o es reducido al juego aritmético de mayorías y minorías que excluye a los sectores de la sociedad que componen estas.
El derecho a la vida, antropológicamente anterior a todo orden jurídico y social, reconocido por la Constitución, no obstante, es ignorado por resoluciones judiciales o administrativas dictadas sin la participación popular, cuando debería ser objeto de un análisis, previa deliberación amplia y suficiente, que permita armonizar las distintas ideas imperantes para encontrar otras soluciones que no sean las posiciones extremas.
El derecho de propiedad, unánimemente respetado, queda sometido a un deterioro permanente como consecuencia de los procesos inflacionarios que son el resultado de imposiciones ideológicas más mitológicas que racionales, que empobrecen a los sectores postergados con el pretexto de que se les habilita el consumo.
El anverso de la democracia es la razón y su reverso es el letargo mitológico en el que anida el autoritarismo y la demagogia.
La primera exige análisis, reflexión, prudencia y esfuerzo; el segundo se basa en la pasión, la fuerza y la intolerancia.
El léxico jurídico de la modernidad, a pesar del esfuerzo de la ilustración por despojarlo de toda contaminación con criterios éticos y políticos, no ha podido resistir al impacto untuoso del mito.
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