Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS Diario DPI Suplemento Personas no humanas Nro 12 – 12.03.2019


DOCTRINA EN DOS PAGINAS

Cuestiones meta-éticas: las personas no humanas ante el realismo y el escepticismo moral

Por Eduardo R. Olivero

            Sumario: Preliminar. I.- Características del Realismo y del Escepticismo Moral: I.a) El Realismo Moral. I.b. El Escepticismo Moral. II- Las críticas formuladas a ambas corrientes meta-éticas: II.a) Críticas al Realismo Moral. II.b) Críticas al Escepticismo Moral. III. El debate en torno a las personas no humanas y algunas conclusiones provisorias.

            Preliminar

            En el marco de las discusiones de las que participamos en este suplemento, bajo la pauta general de la “construcción” del concepto de “sujetos de derechos no humanos”, hemos visto previamente (en los primeros números) algunos aportes de interés articulados desde la complejidad y la inter o la trans disciplinariedad (y sus vínculos con algunas “tematizaciones” constitucionales), como asimismo también intentamos aproximarnos (en el número anterior a éste) a ciertas vinculaciones problemáticas dadas entre las categorías en estudio y las “tensiones” del desarrollo.

            Tenemos allí dos pilares claves para profundizar el debate y tratar de efectuar mayores estudios y derivaciones de interés en nuestra materia.

            En esta oportunidad, previo a continuar avanzando, queremos trazar otro pilar crítico y clave para nuestro análisis – siempre introductorio-, centrado ahora en la discusión meta-ética, que resulta ciertamente gravitante para cualquier enfoque y posición adoptada en torno a estas temáticas (sea esta favorable o no) y que subyace (y en algunos casos se hace de modo consciente y explícito) en cada postura defendida, como asimismo ciertamente repercute directa o indirectamente en las decisiones institucionales proyectadas en la materia, en nuestros aprendizajes y relaciones individuales y colectivas, en nuestro pensamiento, preferencias y acciones, en las visiones de la “realidad”, la “objetividad”, la “verdad”, el “mundo”, la “comunidad moral”, las “propiedades relevantes”, en la formulación de proposiciones, prescripciones y evaluaciones (cuestiones concernientes a su existencia, justificación, conocimiento, la obligación de obedecer, etc.), en nuestros derechos, deberes y obligaciones y muchos otros aspectos similares.

            Para ello, pasaremos en primer lugar revista de las principales características y críticas formuladas al realismo y al escepticismo moral (tomando estos dos “ejes” meta-éticos como suficientemente representativos del debate en juego), para luego insertar algunos breves apuntes en este esquema en lo relativo a las personas no humanas (PNH).

            Como advertencia, sepamos que nada es “obviamente” verdadero ni falso y que todo lo que vamos a decir -introductoriamente- sigue siendo tan desafiante como lo es la carencia del encuentro de propuestas simples y reductibles a unas pocas premisas o fundamentos que puedan ser juzgados auto-suficientes o aún suficientes frente a posiciones rivales o diversas.

            I.- Características del Realismo y del Escepticismo Moral

            I.a) El Realismo Moral: esta corriente meta-ética, que posee una base cognitivista y orientaciones naturalistas y no naturalistas, sostiene como premisa general que existe una realidad moral independiente de nuestra mente y de nuestro pensamiento sobre tal realidad, a partir de lo cual se conjugan conceptos como “realidad”, “objetividad” y “verdad”[1]. De larga data en la tradición occidental, ya desde su versión clásica (la de la “Ley natural”) en términos generales se postula una relación de fundamentos y adecuación entre la ordenación de conductas y la “concreción objetiva” del bien y de los bienes humanos (en un orden completo y dinámico de racionalidad práctico-moral).

            Al decir de Sayre-Mc Cord, en el realismo moral, la implicación común afirma que las proposiciones morales han de ser verdaderas (y algunas lo son) si captan correctamente los hechos a los cuales pretenden referirse[2]. Los desacuerdos entre los realistas se dan en referencia a cuales afirmaciones morales son verdaderas y sobre qué es lo específico del mundo que las vuelve verdaderas (sean propiedades objetivas o subjetivas). Sintetizando -y con mayor énfasis y extensión en sus versiones propiamente naturalistas-, se asume que los juicios y valores éticos son cognoscitivos, descriptivos de alguna clase de hechos[3] y empíricos (criterio de verdad por correspondencia[4]) y que pueden resultar descubiertos, justificados y comunicados por recursos similares a los de las ciencias físicas o sociales. Aquellos juicios y valores se reducen, pues, a propiedades no éticas. Es decir que el significado de tales juicios se expresa mediante el recurso a propiedades naturales (objetivas o subjetivas).

            En sus desarrollos teóricos hay una aproximación al paradigma científico (sus defensores suelen argüir que no se ven motivos para no hacerlo ante la “realidad moral”, tal como se da la misma relación entre entendimiento y realidad en otras “ciencias”), sin descartar la finalidad de orientar conductas y determinar derechos, obligaciones y deberes. Se busca discutir -con pretendida objetividad- cuestiones relativas a los principios morales (y lo mismo a los términos éticos), determinando qué es verdadero y qué es falso, en el terreno de hipótesis sostenidas como empíricamente justificables[5]. Más aún, lo que las vuelve verdaderas es independiente de las creencias, juicios o deseos de las personas o grupos de ellas.

            Las posiciones del realismo no necesariamente asumen una característica universalista y, además, las circunstancias y contextos pueden jugar un papel clave al interpretar acciones morales, aunque sus versiones más radicales se proponen como pretendidamente universalistas, racionales y objetivas.

            En sus vertientes no naturalistas (realidad no empírica o supra-empírica), no se apela a propiedades o entidades físicas que pueden ser descubiertas o verificadas empíricamente, sino que se acude a juicios subjetivos (dios, mandato divino) u objetivos (intuicionismo, conceptos simples, indefinibles) de verdades (abstractas) que tienen no obstante valor de verdad o falsedad.

            I.b) El Escepticismo Moral: para esta variante meta-ética (también puede haber un escepticismo moral de primer orden[6]), emparentada con posiciones no cognitivistas y no descriptivistas, se sostiene la inexistencia de hechos, conocimiento y verdades morales. Sea a nivel ontológico como epistemológico, las asunciones en contrario se afirman como propuestas insalvables. Este es un punto de vista concerniente al status de los juicios morales y a la “naturaleza” de la evaluación moral, que defiende la idea de que la verdad es un concepto de aplicación en las ciencias empíricas (verdad por correspondencia) y en las ciencias puras (verdad por coherencia), ninguna de las cuales alcanzan, resultan suficientes o comprenden satisfactoriamente a la ética.

            En este sentido, no es posible la observación moral (de conformidad a la teoría de la verdad por correspondencia) y los juicios y términos éticos no mantienen referencia alguna de carácter práctico-moral -en el sentido propuesto por el realismo moral-, por lo que no designan realidades o propiedades de carácter deóntico o práctico moral. Por lo que no mediando esa supuesta designación, tampoco se reconocen los fundamentos objetivos postulados por el realismo, ni menos a los fines de poder dirigir la conducta humana en sentido positivo o negativo.

            Como lo señala Farrell[7], es irrefutable la tesis que indica que las proposiciones morales no son ni verdaderas ni falsas de acuerdo al criterio de verdad por correspondencia, y el criterio de verdad por coherencia no puede aplicarse a la moral. Para refutarla habría que recurrir a una de estas dos estrategias: a) demostrar la existencia de hechos morales, semejantes a los hechos físicos, pero no supervinientes de ellos (lo cual nadie ha logrado hasta el momento); o b) demostrar que basta la coherencia para lograr una buena teoría moral, independientemente de su contenido (lo cual se da de bruces con las exigencias prácticas y motivadoras de la moral, para lo cual no basta simplemente el recaudo de la consistencia de una teoría).

            Eduardo Barbarosch[8] sostiene que el escepticismo moral no solo no ha sido refutado, sino que incluso puede resultar compatible con la defensa de una concepción moral de justicia, en tanto no se recurra al uso de afirmaciones vedadas por el escepticismo moral. El autor conecta al escepticismo moral con el liberalismo político (incluso en la concepción de Rawls), en base a sus rasgos de neutralidad y tolerancia (ante distintos planes de vida “buena” o variadas doctrinas comprehensivas), lo cual implica reconocer la imposibilidad epistémica de arribar a “verdades morales” o a la “objetividad” moral.

            II.-  Las críticas formuladas a ambas corrientes meta-éticas

            II.a) Críticas al Realismo Moral: ha sido motivo de fuertes críticas. Aquellos que rechazan el realismo moral, piensan que los juicios morales no refieren a hechos (ni informan sobre la realidad, ni permiten generar conocimiento) en base a los cuales pueden en efecto ser valorados como verdaderos o falsos (no cognitivistas). Los no cognitivistas o no descriptivistas (Ayer, Stevenson y otros), como lo vimos, afirman que las proposiciones morales giran sobre expresiones de emociones o sentimientos (de aprobación o rechazo –emotivismo-) o bien resultan ser un intento de influir -propaganda- sobre la conducta de terceros (prescriptivismo). Otros autores (Mackie) sostienen que los juicios morales tienen esa intencionalidad, la de pretender referirse a ciertos hechos, pero que en definitiva incurren en un error (teoría del error).

            Desde una versión crítico-nihilista, “…representada también por varias propuestas emparentadas: los estudios jurídico-críticos (CLS), el posestructuralismo francés, los diversos posmarxismos y algunas más…estas propuestas, emparentadas genéticamente con la llamada unholly trinity: Marx, Nietzsche y Freud, […] niegan categóricamente el valor cognoscitivo de la razón y consecuentemente rechazan in limine la noción misma de razón práctica; para estos autores, la razón no tiene nada que hacer en el ámbito de las realidades [ético-] jurídicas, las que no serían sino la canonización enmascarada de relaciones de mero poder, de pulsiones eróticas o de poderes económicos…en este marco, no queda lugar para ninguna pretensión de objetividad de principios normativos, que no vienen a resultar sino meras construcciones de una razón dominadora, manipuladora, encubridora y deformadora de la realidad…[9].

            Contra el reduccionismo del realismo a propiedades naturales, desde G. E. Moore[10] se sostiene que no importa el complejo de propiedades (objetivas o subjetivas) al que se adscriba desde el realismo moral, en tanto siempre será posible en última instancia cuestionar si se trata o no de algo “bueno” (esto se denomina el argumento de la cuestión abierta –open question argument-). Por lo que el naturalismo no reflejaría correctamente el significado generalmente asignado a los términos éticos en cuestión.

            Asimismo, se cuestiona la falta de evidencia que sustente aquél reduccionismo, aun cuando lo bueno pueda coincidir con ciertas propiedades naturales (por ej. lo placentero, el bienestar, etc.) o lo mismo cuando exista la posibilidad de que en última instancia resulten coincidentes.

            Como nos enseña Nino, dentro de las vertientes del naturalismo se discrepa sobre cuáles son los hechos observables relevantes descriptos por los juicios de valor, pero cualesquiera que sean estos son pasibles de fuertes críticas[11]: las posiciones subjetivas (por ej. las centradas en sentimientos y actitudes del hablante) no permiten la existencia de desacuerdos éticos genuinos o hacen aparecer a los enunciados morales como meramente autobiográficos o en el caso de tomar varios grupos sociales de referencia tampoco se facilitan desacuerdos reales, se generan inconvenientes de identificación o lo mismo en torno a la validez e injerencia de las opiniones minoritarias.

            A su turno, en el caso de las posiciones objetivas (como el caso del utilitarismo, por ejemplo) éstas son pasibles de las críticas anteriormente expuestas en remisión a la obra de Moore y en sintonía, la bibliografía suele destacar la temprana opinión de Hume, en torno al límite entre el pasaje del ser al deber ser (is / ought problem, relacionado a la falacia naturalista[12]). Solo observando propiedades naturales, según lo expone la crítica, no es posible determinar o derivar qué es lo bueno o qué debemos hacer, como lo mismo el contenido de nuestros deberes u obligaciones. Para ello es necesario el seguimiento de algún tipo de razonamiento moral.

            En relación a las posiciones realistas no naturalistas (también subjetivas –teoría del mandato divino- u objetivas –el intuicionismo-), se critica que de hecho, si las personas no suelen confiar en sus intuiciones cuando pueden recurrir a la evidencia empírica previo a tomar decisiones importantes en sus vidas, menos existirían razones para hacerlo cuando no se encuentran tales evidencias.

            Incluso si hacer lo bueno depende en última instancia de propiedades vinculadas -por ejemplo- al bienestar individual o grupal, pues podríamos preguntarnos: ¿qué queda en pie de la pretensión de objetividad en la que se basan tales juicios morales y los valores o deberes derivados?.

            En definitiva, se cuestiona que el naturalismo no permite comprender las específicas propiedades categoriales de la moral: parece que los deberes y valores morales no prescriben determinadas acciones en orden a la obtención de estados naturales deseables o vinculadas a situaciones meramente contingentes. Asimismo, la identificación del significado de los términos éticos con ciertos hechos –empíricos, metafísicos, subjetivos u objetivos- no explica completamente la dimensión práctica de los juicios de valor, que apelan a la acción o a la elección, a compromisos y actitudes respecto de actuar o no de cierta manera[13].

            II.b) Críticas al Escepticismo Moral

            Asociado a versiones no cognitivistas, se suele criticar del escepticismo moral que sus partidarios se coloquen del lado de la racionalidad, de la objetividad, de la realidad o de la verdad en diversos ámbitos o saberes particulares, pero se nieguen a hacerlo en cuanto a la “ciencia ética”.

            Por tal razón se arguye que sólo sería posible en clave emotivista un uso “metaético” de la razón, es decir, asentado en las cualidades lógicas de las proposiciones éticas. La razón quedaría reducida pues a una función meramente instrumental o medial para la obtención de ciertos objetivos determinados irracionalmente por las pasiones o emociones del sujeto[14].

            La respuesta principal a la propuesta emotivista que así se sostiene indica la existencia de un fallo fundamental: una suerte de negación radical de la razón práctico-normativa y, consecuentemente, de lo que desde el realismo se alude como su referencialidad propia.

            También se ha criticado que la teoría emotivista “destruye la moralidad…no hay manera de decidir racionalmente entre juicios morales contrapuestos”, agregando que “la crítica más común y plausible es la que acusa…de confundir el significado de un enunciado o expresión con los efectos que puede causar el uso de tal enunciado…”[15].

            En sintonía con tal opinión, Guibourg sostiene que el emotivismo (y lo mismo el prescriptivismo) huye de las dificultades que se presentan a las demás teorías meta-éticas pero al precio de renunciar por completo  al discurso ético genuino[16].

            III.- El debate en torno a las personas no humanas y algunas conclusiones provisorias

            En cuanto a las personas no humanas, dentro del realismo moral[17], mucho se ha debatido entre posiciones naturalistas y no naturalistas, aplicado a la teoría de lo “bueno” o de “la bondad”[18].  Al decir de Steele, asumida la verdad del realismo, nos encontraríamos frente a dos opciones:

            1.- Afirmamos un dominio sui generis de propiedades morales y evaluativas (irreductibles, simples, diría Moore –siguiendo su argumento de la cuestión abierta– o ajenas al ámbito de las proposiciones de la ciencia en términos de Landau, pero explicando su interacción con propiedades naturales – de las que no son sinónimas, ni idénticas, ni reductibles, aunque si supervinientes y realizables de múltiples maneras-);

            2.- o podemos identificar aquellas propiedades morales con otras propiedades subyacentes -naturales, físicas o descriptivas-.

            Ciertas posiciones como la de Philippa Foot[19] han objetado la estructura lógica de la teoría de Moore, sobre la base de distinguir adjetivos que funcionan o como predicados o como atributivos, ubicando entre estos últimos a lo “Bueno” o a la “bondad” (por ej. si “x es bueno”, ello depende necesariamente de aquello de lo cual “bueno” es atributo de, por lo que habrá de entenderse como “x es un buen F”) y dando razones para considerar y evaluar de tal modo a las plantas y a los animales: se ha de proceder evaluando el rol de ciertas acciones y su injerencia en los ciclos de vida de las especies –según el cumplimiento de las funciones involucradas para cada ser o entidad viviente-, para derivar (evaluativamente) luego normas naturales aplicables de todo ello, es decir que sean acordes al funcionamiento apropiado o a la compleción de las funciones designadas por la naturaleza de aquellos seres.

            En este punto, para el autor seguido, la teoría de Foot complementada con el argumento que “lo bueno” o la “bondad” (“goodness”) justamente consiste en el cumplimiento de aquellas funciones, le permitiría –dentro de una concepción naturalista que toma en cuenta propiedades descriptivas relevantes para aquél cumplimiento o realización de la cosa o ser- escapar del argumento de la cuestión abierta de Moore o en todo presentar su teoría como un naturalismo no reductivista[20] .

            En otro orden de discusiones[21], se ha postulado (desde el liberacionismo animal) que los hechos concernientes a clasificaciones biológicas no determinan el status moral. Lo que sería de relevancia moral primaria son los propios individuos y las propiedades ejemplificadas (por lo que juega tampoco su calidad de miembros de algún colectivo en particular). Las características moralmente relevantes no serían propiedades tales como las de especie, raza o género, sino características como las de “ser sintiente”, el tener ciertas capacidades (por ej. deseos), conciencia de sí mismo, la igual consideración de intereses, ser sujetos de vida, tener valores inherentes, etc.

            Con todo, se afirma que no hay un criterio moralmente relevante que justifique la membresía en la comunidad moral que sea satisfecho por (todos, solamente) humanos, quienes tendrían título a su protección. En tal sentido, desde Ryder y Singer el término “especismo” define un espectro de cuestiones y prejuicios asimilables al sexismo y al racismo, que no esconden más que la preferencia por la propia especie, sobre la base de características que no resultan moralmente relevantes.

            Por último, en este breve ensayo inicial, no queremos dejar de mencionar a las posiciones que insertan estos debates de consideración moral en un ámbito valorativo mucho más amplio: el del biocentrismo o el del ecocentrismo, entre otros[22], cuyo desarrollo en esta oportunidad excede los propósitos de este trabajo.

            Tomando en consideración las características y críticas relativas a las principales teorías materia de estudio, entiendo en primer lugar que hay que tener presente que el realismo moral y sus pretensiones y fundamentos generan tal nivel de controversias ontológicas y epistemológicas, que ciertamente no se pueden tener por mínimamente ajustados a criterios generales de aceptabilidad consistentes con un uso de la “verdad” -tal como el que la ciencia aplica normalmente a las proposiciones descriptivas[23]-.

            Si bien es cierto que el escepticismo moral no reconoce la existencia de una “ciencia ética”, sino que sólo acepta una “Meta-ética” (centrada en la estructura lógica de las proposiciones sin referencias hacia una realidad, verdad o conocimiento moral),  considero exagerado a partir de ello sostener que desde este enfoque la “dirección del obrar humano resultaría completamente irracional y radicada en el nivel animal del hombre; sería una extraña manera de dirigir el dinamismo de un ser esencialmente racional…[24]” y por lo mismo considero una suerte de petición de principio aducir que la respuesta a este planteo sería “necesariamente una revalorización de la razón práctica y consecuentemente de la verdad práctica…” (idem), hacia el logro de lo que se entienda y fundamente como la “realización humana” dentro de un orden de orientación de conductas compatible con el reconocimiento del realismo moral.

            No parece razonable sostener así, tampoco, que solo Dios o alguna otra propiedad o facultad trascendente son los únicos soportes de la moral[25].

            La cuestión se complica aún más, en tanto, compartiendo la ya citada postura de Barbarosch, ciertamente es posible la defensa o adhesión de una posición de justicia desde el escepticismo moral y sin que ello implique reconocer alguna “verdad moral”.

            Las nociones de racionalidad o de razonabilidad moral pueden ser empleadas, pues, con significados diversos al de la verdad por correspondencia (siguiendo un modelo internalista -incompatible con el cognitivismo moral o ético y también con el comunitarismo- donde los actores “estratifican” sus preferencias en base a un proceso deliberativo, concretando con argumentos razonables la elección de principios de justicia, a título de las bases para una sociedad justa, como ser –en posición que comparto- la visión del “liberalismo igualitario”).

            La razón, sin la cobertura del “conocimiento moral” o de la “verdad moral”, no necesariamente sirve a objetivos irracionales (a emociones o propagandas a secas), ni niega “el sentido común”, ni impide discutir bienes y preferencias humanas (o no humanas!) a tutelar, o los derechos, deberes y obligaciones que entendamos derivadas.

            Asimismo, es por demás interesante la análoga discusión de estos aspectos en torno a las personas no humanas (PNH), visto que puede considerarse –como lo hacen algunos[26]– insuficiente una postura partícipe del “extensionismo moral” que parte del reconocimiento –en clave de paradigma individualista- de las personas humanas y sus derechos (como se critica respecto de la categoría de seres sintientes o incluso en torno al más amplio biocentrismo), dado que esta visión “extensionista” no receptaría adecuadamente la perspectiva ecocéntrica y sus valores vistos dentro de una “totalidad moralmente relevante”, que guía nuestras relaciones con la naturaleza; perspectiva que en sí misma también posee no pocas dificultades conceptuales en torno a la precisión de los objetos relevantes, los conceptos y sus implicaciones (en materia de consideración moral) e incluso respecto de las dimensiones temporo-espaciales de interés (donde los escépticos cuestionan que hablar del “ecosistema” es en efecto hablar de otras cosas u elementos que los integran, como en el caso de las constelaciones).

            Ante tamañas dificultades, ciertamente parece metodológicamente (más) “propicio” partir de una perspectiva y enfoque inicialmente liberado de los necesarios “condicionamientos” o limitaciones del “realismo moral” y de los muchos “realismos morales”, que facilite asentar (como norte) una estructuración evaluativa propia de la praxis de una argumentación moral y ética plural, abierta, racional y razonable.

            La cuestión a analizar con mayor detalle, con la inclusión también de las temáticas vinculadas a las PNH, es si partiendo desde un enfoque no realista es posible (y aún más claro!) arribar a la construcción de una perspectiva ética ambiental y de las PNH “superadora”, articulada colectivamente desde los siguientes presupuestos –entre otros de similar índole-:

            1.- Que pueda ser desarrollada y “fortalecida” de modo abierto, inclusivo, racional y deliberativo en torno a las determinaciones (prudenciales, estéticas o aun otras, yendo más lejos) de preferencias y de intereses  –en sus rasgos, características adosadas, como en sus limitaciones- en todos los asuntos, materias, relaciones u objetos que sean de “consideración moral” (y lo mismo en cuanto a las relaciones y conexiones con las instituciones públicas y privadas facilitadoras, tuteladoras o reguladoras) y que se estimen pertinentes y útiles según cada contexto y situación relevante;

            2.- A la vez que no quede “entrampada” en los límites de las cofradías morales presentes en las posiciones realistas, con los riesgos de resultar tendientes a la intolerancia y al fundamentalismo y que no quede “atascada” en las problemáticas y ambigüedades ontológicas y epistemológicas típicas de las posiciones del realismo moral o de los muchos realismos morales.

            3.- Que en temáticas de derechos de los sujetos humanos (y por extensión o analogado –al menos- en las conexiones y determinaciones de los derechos de las PNH), cada postura relevante (por ej. de grupos afectados) pueda ser reconocida y ejercida –aun cuando se sostenga que ello tiene lugar dentro del marco cultural circundante y sus límites- de un modo consistente, coherente y acorde a las opciones propias del sistema político cooperativo –democracia, república, liberalismo igualitario, etc.- trazado en sus rasgos principales en el orden constitucional y convencional normado (sin dejar de reconocer que se trata de un sistema abierto, conflictivo y complejo), dado que al fin de cuentas ello no recepta ni se remite –como carta de navegación de nuestra sociedad- a ninguna variante del realismo moral y visto que una concepción liberal, igualitaria y democrática parecería más compatible con el escepticismo moral;

            4.- Que se pueda alcanzar -a partir de estos presupuestos- una visión de las cosas que nos permita “procesar” e “institucionalizar” (con relativo “éxito”) con mayor fluidez, apertura y tolerancia los insoslayables y contingentes conflictos sociales, económicos y políticos subyacentes, en un proceso continuo y dinámico de vivencias, relaciones (con lo humano, el mundo y lo “no humano”) y aprendizaje colectivo, donde las “verdades” (si las hay) se van discutiendo y asentando -prudentemente- en base a condiciones muy generales de aceptabilidad, que hoy resultan incompatibles con las controversias ontológicas y epistemológicas aún generadas por el realismo.

            5.- Que en los asuntos concernientes a las PNH, ello implique receptar un enfoque de mayor enriquecimiento y complejidad (como el que venimos tratando de poner de resalto en el suplemento), lo cual parece implicar la aceptación de que sin importar la existencia de complejas posiciones diversas –sean antropocéntricas, las que receptan la categorías de seres sintientes, biocéntricas, etc.-, éstas pueden en definitiva integrar y participar de aquella estructuración evaluativa (plural y deliberativa), la que superando las antedichas limitaciones permitan valorar críticamente (en la dinámica experimentación –también explotación- y en las relaciones –positivas, negativas-implicadas desde las acciones y políticas aplicadas) a la naturaleza, a sus componentes y a las PNH y sobre todo hacerlo junto a las renovadas discusiones y valoraciones de “justicia ecológica” o similares involucradas, todo dentro de una perspectiva contemporánea y futura que –según lo compartimos- no deja de estar relacionada de modo “compatible” (armonizable) con los valores, derechos y garantías adscriptos a la dignidad humana.

            Al fin de cuentas se trata de asumir y protagonizar un estado de cosas (con sus dimensiones sociales, políticas, económicas, culturales, ambientales, etc.) que será relativamente autodestructivo o que nos permitirá –con autocrítica, aprendizaje y cooperación mediante- por lo contrario ir concretando la “supervivencia” y “reconfiguración” de la sociedad y del “mundo” de una manera plural, respetuosa y tolerante y obrando al menos de modo coherente con los grandes fines, valores y objetivos trazados (con sus grandes “aperturas” y promesas) y que en algunos casos con mayores extensiones y reconocimientos resultan normados en los ordenamientos fundamentales; asumiendo que tales basamentos (en sus fortalezas y debilidades) han de ser permanentemente debatidos, internalizados, mejorados y “concretizados”, pero siempre obrando de modo plural e inclusivo, especialmente ante sujetos o estados de cosas vulnerables.

            A ello sirve, pues, prima facie y con mayor utilidad, el escepticismo moral como teoría meta-ética (antes que el realismo moral), que para nada importa dejar de reconocer que los actores efectivamente tienen valores, intereses y preferencias a debatir y concretar, cuya viabilidad como proyecto colectivo común -plural y tolerante- (comprensivo de la naturaleza, lo natural y las PNH –entre otros conceptos-) necesariamente implica exceder al menos los límites de cualquier cofradía moral.

[1] Se sostiene que en el realismo moral: “…las proposiciones éticas tienen referencia o designatum, y se corresponden con ciertos datos de una realidad extramental que les sirven de parámetro de adecuación o inadecuación… se opone contradictoriamente con los denominados ´constructivismos éticos´, que sostienen la ausencia de ese carácter referencial y la naturaleza meramente “fabricada” o “inventada” de la ética…” (C. I. Massini- Correas, “Realismo Etico”, pag. 1, En “Diccionario Interdisciplinar Austral”, editado por Claudia E. Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/Realismo_ético).  El mismo autor sintetiza respecto de la tradición aristotélica – tomista de la “Ley Natural” que los bienes humanos y los preceptos de la ley natural que a ellos se ordenan, fundamentan y justifican objetivamente el sentido ético de la acción humana (ligado ello, además, a la idea de virtud), donde: “…el descubrimiento de esos bienes se realiza, en primer lugar, a partir de la aprehensión por evidencia del primer principio práctico (conocido con ayuda de la sindéresis) y de los preceptos normativos universales que se siguen estructuralmente de él, pero también por referencia al fundamento ontológico de los bienes, radicado en las dimensiones centrales de la naturaleza humana y expresado en las inclinaciones naturales hacia los bienes humanos…” (pág.8).

[2] Sayre-McCord, Geoff, “Moral Realism”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2017 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2017/entries/moral-realism/, quien nos enseña que: “That much is the common and more or less defining ground of moral realism (although some accounts of moral realism see it as involving additional commitments, say to the independence of the moral facts from human thought and practice, or to those facts being objective in some specified way)”.

[3] Carlos S. Nino, Introducción al análisis del derecho, Astrea, Bs As, 1998, cap. VII, pag. 355.

[4] Farrell, M. El alcance (acotado) del escepticismo moral, Análisis Filosófico, vol. XXXIII, núm. 1, mayo-, 2013, Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, Buenos Aires, Argentina, pp. 47-66.

[5] G. Nakhnikian, El derecho y las teorías éticas contemporáneas, Fontamara, Bs As, 2004, pág. 13/15: quien puntualiza que las tesis naturalistas consisten en: 1) Los enunciados éticos son juicios genuinos (verdaderos o falsos); 2) La verdad y la falsedad de los mismos se determina mediante métodos de observación y experimentación (como en las ciencias naturales) y 3) Las palabras éticas se definen mediante otras que refieren a propiedades de objetos o de estados de cosas. Dicho autor, empero, distingue al intuicionismo en tanto sólo acepta la tesis 1, es decir que preservan los valores de verdad de los juicios éticos pero sin reducirlos a juicios empíricos (pág. 23).

[6] Farrell, M, op. cit., pág. 48, donde adoptando una posición normativa se rechazan los juicios morales.

[7] Idem, pag. 60. En posición que compartimos, el autor refiere que tampoco la tesis de Dworkin -los juicios morales verdaderos son aquellos que resultan apoyados por mejores razones que las que apoyan a los juicios rivales- refutar al escepticismo moral.

[8] En su obra Teorías de la justicia y la metaética contemporánea, 2ª ed, CABA, La Ley, Facultad de Derecho, UBA, 2013, pág. 3, quien rememorando a Mackie, y luego a Kelsen, explica la principal crítica del escepticismo moral a los partidarios del realismo moral, destacando que éstos tienen la carga de probar que dentro de la estructura del mundo existen entidades, propiedades o relaciones llamadas valores y además lograr esclarecer cuál es la facultad del conocimiento que llevaría a tal comprobación objetiva (pág. 4/5).

[9] C.I. Massini-Correas, op. cit., pág. 2/3.

[10] Carlos S. Nino, Introducción al análisis del derecho, Astrea, Bs As, 1998, cap. VII, pag. 358.

[11] También Ricardo Guibourg, en su obra La construcción del pensamiento, Colihue, 2006, Bs As, alude, entre otros criterios, a las dificultades técnicas en seguir los criterios empíricos del naturalismo objetivo y a la aplicación dentro del naturalismo subjetivo de un concepto de verdad devaluada (pág. 134.)

[12] “…Desde un punto de vista lógico podría uno, pues, rechazar sin más estas teorías basadas en la naturaleza de la cosa, esgrimiendo los argumentos de Hume o de Kant…”, agregando hacia el final de un ilustrado y meditado análisis que “…el recurso a la naturaleza de las cosas ha sido un intento de tipo ideológico-emotivo para superar la precariedad persuasiva de los argumentos jusnaturalistas. El concepto…no puede ayudar a superar la rígida separación que existe entre el ámbito del ser y del deber ser…las definiciones persuasivas son, en el mejor de los casos, un error, y en el peor una mentira”, Garzón Valdés, E. “Naturaleza de las cosas”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, pág. 68 y 90/91

 https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-comparado/article/view/718/978

[13] Nino, op. cit., pág. 362.

[14] C. I. Massini-Correas, op. cit., pág. 15.

[15] Nino, op. cit., pág. 365/366, destacando también que en relación al prescriptivismo se ha criticado que confunde el significado con la fuerza de las oraciones valorativas  o que privilegia la forma por sobre su contenido (pág. 369/370).

[16] R. Guibourg, Op. cit., pág. 135.

[17] Como lo hemos reflejado en el texto, en estos tópicos y ámbitos, pueden dividirse las visiones concernientes a su “realidad” en tres categorías básicas: nihilismo, constructivismo y realismo. Sobre los debates, fundamentos y perspectivas en curso en torno al realismo, es interesante ver la obra de Shafer-Landau, Russ The Fundamentals of Ethics, 2nd edition, Oxford University Press, 2012, cap. 19/21.

[18] Una buena síntesis en  Jamieson, Dale, Ethics and the Environment. An Introduction,  Cambridge university press, New York, 2008, caps. 5 y 6 y asimismo -con referencias a la obra de P. Foot- ver J. Steele, The Prospects of a Naturalist Theory of Goodness: A Neo-Aristotelian Approach, Florida Philosophical Review Volume XIII, Issue 1, Winter 2013, a quien seguimos en los comentarios de este punto. También puede consultarse Shafer-Landau, Russ, Moral Realism: A Defense, Oxford University Press, 2003.

[19] En su obra Natural Goodness, Oxford University Press, 2001, cit. por Steele en la obra referida en la nota previa, quien la ubica en una posición neo-aristotélica.

[20] J. Steele expone así que: “…goodness can be a multiply realized and supervenient property dependent upon the relevant descriptive properties for its realization, while at the same not reducible to the descriptive or natural properties that characterize the thing in question”, op. cit., pág. 36.

[21] Jamieson, Dale, op. cit., cap. 5.1 y ss.

[22] Idem, cap. 6.

[23] Guibourg,  Ídem, pág. 136 y ss.

[24] C.I. Massini-Correas, op. cit., pág. 15; el autor parte del presupuesto (que no compartimos) que indica que la gente “…piensa y habla de los temas éticos como si sus afirmaciones tuvieran un referente objetivo y debaten sobre sus respectivas opiniones con la convicción de que ellas remiten a realidades susceptibles de un conocimiento veritativo. La gente en general piensa que sus creencias éticas son verdaderas y las que se les oponen, falsas; y además argumenta y piensa como si lo fueran, lo que es una buena razón para pensar que efectivamente –al menos en alguna medida– lo son” (pág. 17). Tampoco comparto (por considerarlo innecesariamente confuso y forzado) el presupuesto seguido por el autor que indica que “…la ética realista parte de la existencia de una referencialidad inmediata a estructuras deónticas reales –aunque no necesariamente fácticas– y mediata a realidades humanas objetivas, en especial a las dimensiones centrales y tendenciales de la naturaleza humana”.

[25] Guibourg, op. cit., pág. 147.

[26] Jamieson, Dale, op. cit., cap. 6.2.