Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS Diario DPI Suplemento Derecho Público Comparado Nro 08 – 16.08.2017


DOCTRINA EN DOS PÁGINAS

¿Felices los cuatro? La suspensión de Venezuela y el futuro del Mercosur

Por Carlos Adrián Garaventa*

Durante la campaña electoral para presidente, Mauricio Macri hizo dos grandes promesas en lo que a relaciones internacionales se refiere. Una de ellas, integrar el Trans-Pacific Partnership (TPP), se frustró no por falta de ánimo de su parte, sino por la culpa de su viejo amigo Donald Trump, que echó por tierra lo que todos pensaban que sería la mayor zona de libre comercio del mundo. La otra logró cumplirla el 5 de agosto pasado, a tan solo una semana de las primarias legislativas, hablamos –nada más y nada menos– que de la suspensión de Venezuela en el Mercosur por aplicación del Protocolo de Ushuaia de 1998 (artículo 5). Venezuela ya había conocido las bondades del tratado internacional. En efecto, fue gracias a él que ingresó al Mercosur, aún cuando Paraguay se había opuesto, dando origen a una especie de Mercosur paralelo en el que nadie sabía qué pasaría cuando cesara la sanción aplicada al único miembro que se oponía a dicho ingreso[1].

Ahora bien, el objetivo de estas líneas no es hablar del Protocolo sobre Compromiso Democrático o de la situación política que atraviesa Venezuela. Mi única intención es aportar algunos elementos para intentar responder a la pregunta ¿qué pasará con el Mercosur? Para ello, considero que es necesario que hagamos un poco de historia. Por lo que, partiendo de la clasificación de modelos de desarrollo e inserción regional e internacional que realiza Racovschik, explicaré cómo es que el Mercosur se desarrolló hasta la actualidad y qué enseñanzas podemos extraer para el futuro.

Nuestra autora menciona cuatro modelos (o paradigmas) de desarrollo e inserción que operaron en la región desde el siglo XIX hasta nuestros días. Estos son: el agroexportador, el de industrialización por sustitución de importaciones (también conocido como desarrollista), el neoliberal (que coincide con el regionalismo abierto) y –lo que ella denomina– el modelo actual (postneoliberal)[2].

Los dos primeros no son relevantes a los efectos de nuestro objeto de estudio, pero vale la pena resumirlos a fin de comprender mejor de dónde provienen los dos últimos. El paradigma agroexportador presenta, como principal característica, la carencia de una política de relaciones regionales, puesto que el único objetivo para la economía nacional era vender materia prima a Europa; lo que convertía a todos los países en competidores. Sin embargo, luego de la crisis financiera de 1929 y, más aún, con la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias europeas cerraron sus importaciones y este modelo entró en crisis.

A mediados del siglo XX comenzó a desarrollarse, en diferentes países de la región, un nuevo modelo de industrialización por sustitución de importaciones que buscaba impulsar una modesta industria doméstica con fin de satisfacer las necesidades principales de las naciones. En un principio, este nuevo paradigma no generó grandes cambios en lo que hace a las relaciones regionales pero, para la década de 1960, el modelo estaba tan desarrollado que comenzó a pensarse en la posibilidad de que esas industrias comenzaran a satisfacer necesidades regionales, más allá de las nacionales. Con ese fin es que se crea la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).

Sin embargo, con los múltiples golpes militares perpetrados durante la década de 1970, se comenzó a desbaratar estas pequeñas industrias en beneficio de los capitales trasnacionales (excepto en Brasil). Así es que, cuando surge la Globalización en 1990, los países de la región se encuentran subsistiendo sólo de las materias primas que exportan a precios irrisorios y con una industria muy débil, que no puede competir contra las importaciones. El gran desafío era que la balanza de pagos, de alguna manera, cerrara. En este contexto, Argentina y Brasil se convierten en el principal motor de Sudamérica para desarrollar un paradigma de integración que los ayudara a enfrentar el incipiente modelo neoliberal. Este será el regionalismo abierto, bajo el cual darán origen al Mercosur (junto a Paraguay y Uruguay), que inscribirán en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), que reemplazó a la ALALC en la década de 1980.

El regionalismo abierto proponía la desregulación de la economía y la desaparición de barreras tributarias y aduaneras al comercio internacional. Sin embargo, los objetivos de Brasil y Argentina eran muy distintos: el primero buscaba desarrollar un mayor mercado para potenciarse económicamente a nivel mundial y el segundo se recuperaba de una fuerte crisis hiperinflacionaria, por lo que buscaba generar confianza internacional para atraer inversión extranjera y subsanar el déficit de su balanza comercial; lo cual se debió a una diferencia histórica entre ambos Estados: mientras que en la Argentina, a partir de 1976, comenzó un veloz proceso de desindustrialización; la dictadura brasileña se dedicó a profundizar el modelo desarrollista[3]. Estas diferencias llevaron a la conformación de un bloque subregional con profundas e insalvables asimetrías que nunca serían resueltas. Así es que este Mercosur-comercial nunca cumpliría la meta de ser un auténtico mercado común y se quedaría como una unión aduanera imperfecta.

A estos problemas se le sumaron la crisis de Brasil de 1999 y, peor aún, la crisis económica y política de la Argentina en 2001. Esto conllevó a que, en ambos países, surgieran nuevos gobiernos de carácter populista que impulsarían un nuevo modelo en la región: el postneoliberalismo. Éste será impulsado conjuntamente (una vez más) por Argentina y Brasil que, en 2004, suscriben un acuerdo político, conocido como el Consenso de Buenos Aires (por oposición al Consenso de Washington que rigió el modelo neoliberal), en el que sentarán las bases del nuevo paradigma.

La IV Cumbre de las Américas del 2005 constituyó el punto de partida para que, bajo este nuevo paradigma, se terminara de rechazar el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), propuesta por los Estados Unidos de América, y se comenzará a dilucidar una nueva forma de integración en la región; en la que el papel protagónico recaería sobre Venezuela.

Después de lo que para Argentina y Brasil había sido una importante victoria, puesto que lograron disuadir a sus socios insatisfechos (Paraguay y Uruguay) para no adherir al ALCA, el Mercosur comenzó a sufrir una transformación que renovó el bloque subregional. Me refiero al Mercosur-social, que consistió en cambiar el foco principal del bloque de la cooperación económica a la social y política. Dicha transformación logró que el bloque resultare más atractivo para otros Estados, como Bolivia, Ecuador y Venezuela (que logró ingresar en el 2012).

Esta renovación potenciadora del Mercosur llevó a que algunos teóricos de la materia comenzaran a afirmar que el problema por el cual la integración latinoamericana no había logrado desarrollarse satisfactoriamente se debió a que fue concebida siguiendo el modelo de la Comunidad Económica Europea, cuando debió originarse a partir de los problemas propios de la región[4].

Ahora bien, sin negar el hecho de que este último paradigma generó muchas expectativas en torno al Mercosur e hizo crecer (como nunca antes) al bloque, también es verificable que esto no fue acompañado de una evolución institucional. En efecto, el carácter fuertemente interpresidencialista del Mercosur lleva a que, con cada elección, se genere una nube de incertidumbre sobre su futuro[5]. Por ello es que –en una columna anterior publicada en este mismo medio– sostuve que, después de la victoria electoral de Macri, la única forma en la que el Mercosur podría seguir existiendo era que Brasil, Paraguay y Uruguay decidieran si se quedarían con Argentina o con Venezuela[6].

Con la suspensión de Venezuela, el Mercosur tiene una nueva oportunidad para desarrollarse, por lo que se nos presenta nuevamente la incógnita: ¿debería seguir los pasos de la integración europea o plantear un modelo de integración distinto?

Podemos responder a esta pregunta con las enseñanzas que nos ha dejado el paradigma postneoliberal. Es decir, tenemos que pensar la integración sudamericana más allá de lo comercial, buscarla a partir de nuestros propios problemas; pero sí hay algo en lo que deberíamos seguir a Europa, en su calidad institucional. Cuando De Gaulle paralizó la integración europea en la década de 1960, los líderes del viejo continente se dieron cuenta de lo importante que era eliminar el interpresidencialismo. Tal vez ya sea hora de que los del Mercosur se den cuenta en que la solución a nuestros problemas no está en aplicar el Protocolo de Ushuaia cada vez que el bloque se paraliza.

 

 

 

[1] Abogado (UBA) y Diplomado Superior en Desarrollo, Políticas Públicas e Integración Regional (FLACSO). Jefe de Trabajos Prácticos de Derecho de la Integración (UBA). Miembro del Centro de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Jurídicas y Sociales (CEICJUS) y Director de la revista jurídica En Letra.

[2] Biglieri, Alberto, “Mercosur II”, Diario La Ley. Suplemento Actualidad, 24 de julio de 2012, La Ley, Buenos Aires, 2012.

[3] Racovschik, María Alejandra, “Integración regional e inserción internacional de la Argentina en un contexto global”, García Delgado, Daniel y Peirano, Miguel (comps.), El modelo de desarrollo con inclusión social, CICCUS, Buenos Aires, 2011, pp. 190/191.

[4] Fernández, Wilson, “La inserción internacional del Mercosur. Apuntes sobre el comercio exterior (1988-2006)”, Leita, Francisco y Negro, Sandra (coords.), La Unión Europea y el Mercosur: A 50 años de la firma de los Tratados de Roma, La Ley, Buenos Aires,  2008, p. 190.

[5] Fermi Landi, Fabio, La integración social sudamericana vs. la integración económica europea,  Fundación Editorial el Perro y la Rana, Caracas, 2012, p. 27.

[6]  Biglieri, Alberto, “Integración y regulación económica”, Diario BAE, Suplemento Lunes, 18 de mayo de 2015.

[7] Garaventa, Carlos, Diez años después… ¿ALCA-rajo el Mercosur?, Diario DPI. Diario Tributario, Aduanero y Financiero. Nro. 97, 30 de diciembre de 2015.

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