Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 211 – 03.12.2018


DOCTRINA EN DOS PÁGINAS

Homenaje a los 70 años del la Declaración Universal de los Derechos del Hombre

Por Claudio Martín Viale

Este año del 2018 es un buen año para homenajear el 70ª aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

Sin dudas el siglo pasado fue un tiempo en el que la  búsqueda de la libertad  declamada a fines del siglo 18 y puesta en marcha en el siglo 19, se vio marcada por la dificultad de poder concretar la igualdad entre los hombres.

So pretexto de esta última se verificaron las experiencias cruentas y crueles de los totalitarismos  nazifascista y  marxista leninista.

La truculencia de estos acontecimientos resultó un acicate que abrió las puertas que permitieron vislumbrar un horizonte más fraterno, volviendo a posicionar al hombre, no como un mero centro de imputación jurídica, librado a los vaivenes caprichosos del derecho positivo y del poder, sino como un ente único e irrepetible, capaz de diseñar su propio destino y lograr el máximo grado de perfección posible dentro de una buena vida en común en sociedad.

En consecuencia de ello se inscriben como paradigmas dos palabras y un sintagma: persona, dignidad y bien común. Con ellos la cosmovisión del orden social empieza a girar más en torno del ser humano y menos en torno de las cosas y del poder, centrando el discurso en la dignidad humana, haciendo posible, a partir de ella, un proceso de subjetivación en el que el hombre se construye como persona, es decir en un proyecto en el que el espíritu impregna al cuerpo en una totalidad,  y no un proceso de cosificación en el que el hombre queda sometido a la denigración,  la corrupción y la divisibilidad que caracterizan a la materia.

Desde la persona el hombre es ese otro que posibilita el nosotros que permite el desarrollo y el perfeccionamiento de cada uno a partir de su semejante, el que es considerado fraternalmente, como hermano, y no como algo que me perturba, que me provoca temor, y que por ello debo dominarlo o extinguirlo.

Así las cosas, la buena vida de cada uno solo es posible en el seno de una buena vida en común, en el que todos tienen las mismas posibilidades de definir y desarrollar su plan existencial.

Ni la mera abstracción racionalista del individualismo ni la pura realidad del colectivismo, sino el hombre como una unidad de cuerpo y espíritu, con igual dignidad y derechos,  resulta la base de una recomposición del orden social.

Con la igualdad como piso, la libertad como horizonte abierto, y la amistad cívica de la fraternidad como fuerza, se  acordó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que aunque todavía haya mucho camino por recorrer, resulta indispensable para una convivencia universal y democrática.

Esta impronta es tributaria del pensamiento personalista europeo de mediados del siglo XX, sostenido por J. Maritain y E. Mounier, entre otros.

A los intelectos, los comunicadores, los ejecutores y todos aquellos que con su labor buscan en su quehacer de todos los días el máximo grado de justicia, homenajear a la Declaración no es un acto nostálgico ni una fantasía, sino un acto de fe, en cuanto supone creer que es posible, que no se trata de esperar el futuro sino de hacerlo.

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