Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 198 – 13.08.2018


DOCTRINA EN DOS PÁGINAS

La vida: ¿Un acontecimiento de la naturaleza o un hecho de la política?

Por Claudio Viale

Los pájaros la dicen y la flor no la olvida, Porque es simple y es vieja lo mismo que la vida.”

Leopoldo Marechal. La antigua canción.

La pregunta del título no es nueva ni capciosa. Desde hace siglos se acepta que la vida no es un hecho de la política sino de la naturaleza. En esto coinciden tanto los que adhieren a la teoría del evolucionismo como los que siguen la del creacionismo.

La pregunta tiene importancia por varias razones. Por una parte,  porque las leyes que rigen la política y las que rigen la naturaleza son distintas. Las primeras son las que crea el ser humano para regular la vida en común. Son modificables y derogables tantas veces como sea  necesario para lograr una vida buena en sociedad. Las segundas se encuentran ínsitas en la naturaleza, y el ser humano no hace más que describirlas una vez que corre el velo que las cubre. Dichas leyes rigen la naturaleza a pesar de no ser descubiertas. Esto quiere decir que no son un invento humano, el hombre las puede ignorar pero  no las puede modificar o derogar. La confusión entre ambas categorías desemboca necesariamente en el absurdo.

Por otro lado, porque si se hace depender el acontecimiento de la vida de la política, al ser sacada aquella de su ámbito, no solamente se llega a conclusiones absurdas (en la medida en que se la separa del curso normal y ordinario de las cosas, él que se ve tergiversado por decisiones extrañas), sino que se corre el riesgo de que la vida sea objeto de manipulaciones interesadas en lograr el sometimiento de unos por otros.

Si no se tiene en cuenta esa distinción (que es posible hacer mediante la abstracción intelectual), el discurso dominante  trastoca la realidad provocando que la vida, que es el presupuesto del orden social, se transforme en algo sin importancia, intercambiable o descartable.

La vida del ser humano, entonces, al ser expresión de la naturaleza, no es en sí propiamente un derecho, sino el supuesto preliminar en el que se asienta el orden social y, en consecuencia, el orden jurídico, que es el instrumento para asegurarla.

La idea de que la dignidad de la vida es un atributo que le corresponde al ser humano independiente de todo orden social, jurídico y económico,  ha sido plasmada en distintas proclamaciones, tratados y convenciones internacionales, que recogieron los principios básicos de la ética cívica universal consolidada a lo largo de siglos: no robar, no mentir, no matar.

Entre ellas se destacan la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y la Convención Americana sobre los Derechos Humanos, ambas incluidas en  el texto de nuestra Constitución Nacional,  las que han servido de base para el decidido desarrollo de la doctrina de los derechos fundamentales, los que, al contener el sentido mismo de la justicia, se caracterizan por ser no negociables (ni económica, ni políticamente), irrenunciables, inderogables e inalienables.

Someter la vida a la  política, además de ser una contradicción (por corresponder a órdenes distintos), implica subordinarla al capricho de los que mandan.   Basta traer como recuerdo lo que ocurrió con relación a esto en la Alemania nazi.

El pueblo argentino en el siglo 19, a través de sus constituyentes, impuso la prohibición de otorgar “atribuciones por las que la vida, el honor y las fortunas de los argentinos queden a merced de los gobiernos o persona alguna” (art. 29).

A ello debe agregarse que distintas posiciones ideológicas (positivistas, neopositivisas, jusnaturalistas, etc.), coinciden en el objetivo de asegurar la dignidad humana, y como consecuencia de ello, en la necesidad de garantizar el medio ambiente y propiciar un orden social más justo, en definitiva, en asegurar la vida en todas sus manifestaciones, por lo que propiciar la muerte de los seres humanos (la máxima expresión de la vida), en cualquiera de sus estadios, además de ser un contrasentido, implica agudizar el sojuzgamiento de muchos.

De allí que, en la actualidad, la ecología ya no es ajena a la democracia. Para que esta se consolide es necesario no solo tomar en cuenta las relaciones de los hombres entre sí, sino la de estos con el universo, y de esa manera, abrir las puertas a la bio cracia y así habilitar que la vida toda, sin exclusiones, interactúe con dignidad, respeto y admiración.

Por este camino es posible superar la estrategia imperante del bio poder (que por la fuerza y la violencia impone el  dominio de la naturaleza provocando su deterioro, y el vasallaje de unos sobre otros según  la dialéctica inclusión/exclusión),  por la bio cracia, en la que la autoridad se construya con  la vida y no con la muerte, permitiendo  que todos los seres con-vivamos con respeto  hacia todas las diversidades, especialmente con las más débiles.

En definitiva, es necesario asentar el orden social en la libertad y no en el poder, en la vida y no en la muerte, y por lo tanto, comprender que la vida no es un hecho político sino un acontecimiento de la naturaleza que nos obliga a conservarla,  respetando no solo a los seres humanos, sino también a todo lo que nos rodea.

 

 

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