Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 192 – 11.06.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

Para los gobernantes: cultura de la muerte o cultura de la vida

Por Jorge H. Sarmiento García

Es de señalar, ante todo, que pese a las citas, esto no es una cuestión católica, sino propia de la civilización.

En un ambiente cultural (incluido el religioso y el político) dominado por el relativismo, hay que recordar la insistencia de san Juan Pablo -en “Veritatis splendor”- en que hay una ley moral con normas que no tienen excepción, en que hay acciones intrínsecamente malas, y que ante el argumento de que ciertas acciones discutibles pueden ser justificadas por sus consecuencias o porque generan más bien que mal, nadie puede obrar mal para alcanzar el bien.

Agregaba el Pontífice que reconocer la realidad moral de los actos intrínsecamente malos tiene importantes repercusiones públicas en la sociedad libre; que reconocer que todo ser humano es igualmente responsable ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco, es la sólida base para la defensa del principio de igualdad ante la ley, y que el mismo principio puede ser argumentado para mantener la esencia de la sociedad civil en la vida política democrática, pues los lazos de amistad civil están más fuertemente asegurados por un sentido de mutua obligación moral que nace de las normas morales, que de las obligaciones meramente legales o contractuales.

Pues bien, es innegable que ha aparecido y se está asentando en el mundo, especialmente por acción de organismos internacionales y de potencias estatales, el denominado “colonialismo demográfico”, en razón de que cuando el relativismo moral se absolutiza legalmente, el aborto, la eutanasia y la manipulación de la vida humana con fines eugenésicos, científico-experimentales o de control de las poblaciones, se imponen de forma creciente e incluso se globalizan, dominando a las sociedades la “libertad de la indiferencia” que admite la “cultura de la muerte”.

El mismo san Juan Pablo, en 1995, promulgó la encíclica “Evangelium vitae”, donde dijo que “Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y –podría decirse- aún más inicuo al ocasionar ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias”.

Y para “Evangelium vitae”, las democracias que niegan el derecho inalienable a la vida desde el momento de la concepción hasta el de la muerte natural son “Estados tiranos”, que envenenan la “cultura de derechos” y traicionan el largo proceso histórico que condujo al desarrollo de los derechos humanos. Las manipulaciones de la vida, la supresión de la vida humana, a lo que se agrega la aceptación pasiva de tanta pobreza, son un aspecto de aquello que Juan Pablo considera la “cultura de la muerte”, que va ganando terreno en la cultura global; y las democracias se exponen a la autodestrucción si los errores morales se defienden legalmente como derechos.

Obviamente que no puede marginarse la responsabilidad moral de los que sancionan y promulgan las leyes, recordándoles también que v. gr. el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede aspirar a legitimizar, no habiendo ninguna obligación de conciencia que pueda forzar a nadie a cumplirlas, existiendo, al contrario, una grave obligación de oponerse a ellas, con una conciencia capaz de discernir aquello que se refiere al valor fundamental de la vida humana dentro de la “cultura de la vida”.

Y concluimos con una cita de Benedicto XVI, quien comentando el pasaje del Libro de los Reyes en que Salomón, al subir al trono, pide a Dios un corazón dócil para servir con justicia a su pueblo y distinguir el bien del mal, dijo textualmente: “Sabemos que el corazón en la Biblia no indica solamente una parte del cuerpo, sino el centro de la persona, la sede de sus intenciones y juicios, en resumen, la conciencia. Corazón dócil significa, por tanto, una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad y por eso sabe distinguir el bien del mal. En el caso de Salomón, la petición está motivada por la responsabilidad de guiar una nación, Israel, el pueblo elegido por Dios para manifestar al mundo su plan de salvación. Por eso, el rey de Israel debe intentar estar siempre en sintonía con Dios, a la escucha de su palabra, para guiar al pueblo por los caminos del Señor, los camino de la justicia y la paz”. Pero el ejemplo de Salomón, agregó el Pontífice, “es válido para cada ser humano. Cada uno de nosotros tiene una conciencia para ser, de alguna manera, “rey”, es decir para ejercer la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia obrando el bien y evitando el mal. La conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad, de ser dócil a sus indicaciones. Las personas llamadas a tareas de gobierno tienen naturalmente una responsabilidad ulterior y, como Salomón nos enseña, necesitan todavía más la ayuda de Dios”.

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