Home / Area / DOCTRINA EN DOS PÁGINAS 2 Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 165 – 25.09.2017


Veritatis splendor, tragedia y catarsis

Por Jorge H. Sarmiento García

En un ambiente cultural (incluido el religioso y el político) dominado por el relativismo, hay que recordar la insistencia de San Juan Pablo -en “Veritatis splendor”- en que hay una ley moral con normas que no tienen excepción, en que hay acciones intrínsecamente malas, y que ante el argumento de que ciertas acciones discutibles pueden ser justificadas por sus consecuencias o porque generan más bien que mal, nadie puede obrar mal para alcanzar el bien.

Agrega que reconocer la realidad moral de los actos intrínsecamente malos tiene importantes repercusiones públicas en la sociedad libre; que reconocer que todo ser humano es igualmente responsable ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco, es la sólida base para la defensa del principio de igualdad ante la ley, y que el mismo principio puede ser argumentado para mantener la esencia de la sociedad civil en la vida política democrática, pues los lazos de amistad civil están más fuertemente asegurados por un sentido de mutua obligación moral que nace de las normas morales, que de las obligaciones meramente legales o contractuales.

Ahora bien, hemos escrito antes de ahora que comúnmente se entiende por tragedia al poema dramático de acción grande, extraordinaria y capaz de infundir lástima y terror, con personajes ilustres o heroicos, trama sencilla, estilo y tono elevados y desenlace generalmente funesto.

Para Aristóteles, la representación teatral de la tragedia es muy eficaz porque los espectadores ven proyectadas en los actores sus bajas pasiones y sobre todo porque asisten al castigo que éstas merecen; y de esta manera se produce en ellos un efecto curativo. Los públicos, mediante la contemplación de la tragedia y su participación anímica en la misma, someten su espíritu a profundas conmociones que sirven para purgarlo, sienten su alma más limpia, se creen mejores ciudadanos.

Por ejemplo, en el “Edipo Rey”, de Sófocles, la contemplación de la situación desgraciada del héroe genera en el espectador un sentimiento de compasión, de piedad, al tiempo que el horror sentido por el propio Edipo ante lo detestable de sus actos -que él mismo asume como inevitables por la fuerza del destino- se convertiría en causa de terror para los asistentes ante lo ineludible de dicho destino. De esta forma el espectador quedaría purificado de sus pasiones, al experimentar en sí esos sentimientos de piedad y terror.

Esa es la virtualidad purgante o catártica que atribuyó Aristóteles a la tragedia y que, en una interpretación ético-cristiana, debe mover al hombre al arrepentimiento de sus vicios y a la purificación de sus pasiones.

La tragedia, entonces, debería suscitar en las gentes una conmoción, un efecto purificador que las hiciera reflexionar sobre su vida; y sólo la catarsis dispone a los seres humanos para cambiar comportamientos firmemente arraigados.

Si así fuere, ¿no podría decirse que la ausencia de “la veracidad en las relaciones entre gobernantes y gobernados; la transparencia en la administración pública; la imparcialidad en el servicio de la cosa pública; el respeto de los derechos de los adversarios políticos; la tutela de los derechos de los acusados contra procesos y condenas sumarias; el uso justo y honesto del dinero público; el rechazo de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener o aumentar a cualquier costo el poder” (puntualizada por Juan Pablo II en “Veritatis Splendor”), sería carencia que hace a la tragedia de los tiempos en que transitamos?

Y volviendo a la virtualidad catártica de la tragedia, ¿no podría la crisis actual convertirse en una nueva oportunidad para las sociedades políticas?

Creo que sí, que la crisis puede tener un efecto catártico especialmente entre los gobernantes y los políticos, permitiendo que los miembros de la comunidad los vean en una nueva positividad, justamente a través de los peligros y trastornos a los que están expuestos.

Pero esa catarsis es para todos, es un llamamiento a reconocer nuevamente los valores que, “a pesar de los pesares”, sostienen a las comunidades, a ver los peligros que nos amenazan, una aldabada no sólo a políticos y gobernantes, sino también a lo más hondo de la comunidad en su conjunto. Como lo ha señalado Benedicto XVI, “Saber acerca de los peligros y de la destrucción del entramado moral de nuestra sociedad debería ser para nosotros un llamamiento a la purificación”.

Es que, como escribiera en el mismo lugar antes citado el papa Juan Pablo, “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como lo demuestra la historia. Así, en cualquier campo de la vida personal, familiar, social y política, la moral -que se basa en la verdad y que a través de ella se abre a la auténtica libertad- ofrece un servicio original, insustituible y de enorme valor no sólo para cada persona y para su crecimiento en el bien, sino también para la sociedad y su verdadero desarrollo”.

Y concluimos con George Weigel que el umbral de la esperanza, el umbral de la dignidad humana, no se cruza bajando el listón de la vida moral, sino elevándolo hasta el punto más alto y, si uno ha podido equivocarse, tratando de alcanzar otra vez una meta más alta.

 

 

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