Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 203 – 24.09.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

Sobre la vida política

Por Jorge H. Sarmiento García

Es incuestionable que la Argentina está asistiendo a un factor de su vida pública que, a lo largo de la historia y en cualquier país donde se presente, ha sido problemático y negativo: la percepción de la realidad de la corrupción (que incluye el nepotismo), de una especie de ciénaga en la que se va transformando aquélla  actividad.

¿Será verdad que no hay esperanza cuando es utópico el anhelo de que pueda haber un gobierno honesto y justo; cuando es quimérico el propósito de orientar de preferencia el afán constructivo de un pueblo en el sentido de lograr que la joven generación sea en su día una progenie de hombres decentes y ecuánimes?

Al respecto, no podemos dejar de adherir a Josef Pieper cuando escribe: “Para que la vida política recupere su perdida dignidad, es preciso que vuelva a alentar en el pueblo el sentimiento de la grandeza de la función gubernativa y de las altas exigencias humanas que dicha tarea implica. Ello vendría a significar justamente lo contrario de una magnificación totalitaria del poder. A lo que aquí se alude es más bien a la necesidad de ir creando en la conciencia del pueblo, merced a una tenaz labor de educación y formación, una imagen que no deje el menor lugar a dudas sobre los presupuestos de orden humano en que ha de fundarse el ejercicio del poder”.

Para ello sería preciso, por ejemplo, que fuese claro y evidente, aún para el más simple, que allí donde falten la probidad, la prudencia y la justicia, falta el elemento de aptitud humana sin el cual no es posible desempeñar en su plenitud de sentido el ejercicio del poder.

Es axiomático que el verdadero gobernante debe no buscar su propia utilidad ni sus propios intereses, ni los de los familiares, amigos o pareja, sino consagrarse “todo entero a procurar con desinterés y esplendidez el bien de sus súbditos”, subrayándose que tres cosas se requieren para gobernar bien:

1) Legitimidad, en cuanto al origen del ejercicio del poder.

2) Idoneidad, que comprende principalmente, a) inteligencia o sagacidad, pericia o competencia, b) virtud (“morum honestas”), y c) madurez (“vultus maturitas”).

3) Fuerza, esto es, no solamente el vigor físico para llevar adelante las tareas de gobierno, sino también poder armado para imponer la ley “ad intra” (en el interior) y para defender las fronteras y los intereses del Estado “ad extra” (en lo exterior).

Y como con cita del Eclesiastés enseña Tomás de Aquino: “El desorden en el régimen humano proviene de que no se pone al frente de la nación el más capaz y el más prudente, sino que se usurpa el poder por la fuerza, o no se tienen en cuenta más que motivos sentimentales. Desorden que señala Salomón, cuando dice, Eclesiastés, 10, 5-6: uno de los peores males que ocurren entre los hombres es que el necio y el inepto ocupen el trono”.

A esta altura agregamos muy especialmente que el mal ejemplo dado desde arriba arrastra fácilmente a los de abajo y, en lugar de inducir al fin de la sociedad, arrastra al vicio y deshace toda la obra de buen gobierno.

Hay por tanto, y sobre todo, tres virtudes que deben resplandecer especialmente en el gobernante: la honestidad, la prudencia y la justicia; y lamentablemente nos parece que entre nosotros no hay mucha presencia de ellas …

Se advierte en la vida comunitaria, primordialmente en la de no pocos hombres públicos, indecencia y violencia, las que, si bien no son inusuales en nuestra praxis, parece están por alcanzar su cresta en estos difíciles tiempos que corren, los que transitamos en medio de una sucesión de escándalos, desfalcos, perjurios, dobleces, intrigas, venganzas, ardides, imputaciones de complots y ambiciones personales.

Ahora bien, en una democracia que se expresa en significativa medida a través de los partidos políticos, hay que decir sí a los hombres de partido, pero en la medida en que sepan poner al propio partido antes que a su persona, y a la Patria y la República antes que al partido. La representación de la Nación necesita hombres de la máxima capacidad, de reputación y autoridad moral, de saber y de elocuencia, y ello exige –entre otras cosas– demandar a los políticos que comprendan que es importante y urgente por cierto exponer ideas, no agravios.

La República está necesitada de hombres olvidados de sí mismos, entregados a los demás. La población, en mayor o menor medida, siente hartazgo de quienes se cansan gritando a las gentes el camino que han de seguir, hastiada de predicadores de lo que se debe hacer, mientras ellos no viven lo que predican, y cargan pesados cestos sobre los demás.

Y esto nos encorajina, para decirles que necesitamos gobernantes y políticos que nos arrastren con su ejemplo, que imiten la pedagogía que empieza por el hacer, que sean honestos, justos y prudentes, que respeten la meritocracia, todo lo cual se puede adquirir cuando se lucha seriamente contra las propias debilidades.

 

 

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