Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 199– 27.08.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

Sobre la ética política y lo “políticamente correcto”

Por Jorge H. Sarmiento García

Toda sociedad política exige un gobierno, dado que la mutua cooperación al bien común no puede realizarse sin un principio real de unión encargado de coordinar armónicamente la actividad de todos los miembros, esto es, sin el gobierno o autoridad, el cual es bueno o malo según proporcione o no el bien común perseguido.

            Y la ética correspondiente a la multitud civil, es la política, encargada de inspirar y fundar el gobierno de la sociedad en el ámbito de la historia, constituyéndola con vistas al bien común y, en consecuencia, al fin último del hombre.

            Ella tiene una doble dimensión: la teórica, o disciplina doctrinal, y la práctica, o gestión gubernativa; y en esa doble dimensión se encamina, como a su razón propia de ser, al bien común, o bien de la persona humana en sociedad. Es incuestionable que al avance técnico o material no corresponde por lo general un avance semejante en el orden moral, por lo que misión apremiante de la política es la de salvar los desequilibrios.

            La ruptura entre la ética y la política la produjo Maquiavelo, pues introdujo un concepto meramente artístico de la política, echando a un lado la noción aristotélica que hace de la política una rama de la ética, inmoralidad ésta -basada en el interés personal y en la razón de Estado- que de tantos desafueros y perfidias ha cubierto al mundo.

            Bueno es recalcar a esta altura que la ética política no se presenta como homogénea y rígida, que no deja la menor libertad de crítica a los hombres de Estado. Si los juicios de valor que formula no se pueden plegar a discreción -como se pliegan consignas inconsistentes, a merced de los prejuicios-, sin embargo, se presenta también como un arco iris de juicios prudenciales con matices diversos que van desde los imperativos apremiantes hasta las meras sugerencias discutibles y revisables. Estas variaciones son signo a la vez de la riqueza del pensamiento y de la complejidad de las situaciones concretas. Mas nadie podrá quejarse de ello: no olvidemos que tales variedades están bordadas sobre un tema idéntico: el bien común.

            Es que, al hablar de política, uno es el plano sapiencial de la doctrina que expresa principios universales y necesarios (como el derecho a la vida del nonato inocente e indefenso), y otro es el plano prudencial, el de la acción ajustada a las variables y multifacéticas circunstancias históricas.

            En el primer plano, los juicios son sapienciales, es decir, no admiten pluralismos de opiniones; en el segundo plano, según Tomás de Aquino, los juicios prudenciales son opinables, varios y muy rara vez más ciertos que probables, por lo cual, además de admitir diagnósticos disímiles, mueven lógicamente a diversidad de cursos de acción, adaptados a los medios disponibles y a las experiencias y preferencias de quienes deben decidirlos: en esa pluralidad  de juicios radica la discrecionalidad que decide y manda.

            En definitiva, uno es el plano obligatorio de doctrina y otro el subordinado pero incierto plano de las acciones, opiniones y partidos que la realiza. Pero naturalmente, estas opiniones variables nunca pueden negar o contradecir los principios sapienciales, que son superiores, pero deben procurar aplicarlos. La ética, entonces, deja a los gobernantes gran libertad de movimientos en sus opciones, tanto más cuanto éstas responden siempre a situaciones complejas, pero a condición de que las adopten en conformidad con las exigencias de los principios obligatorios, absolutos, universales e inmutables de la moral.

            Y a esta altura destacamos con Edmundo Gelonch Villarino que es conveniente estudiar el plan de Gramsci para modelar el “sentido común”, o sea el sistema de valores asumido inconsciente y dogmáticamente por una sociedad que se ha cumplido mediante el sistema educativo y los medios de difusión en conjunción con la masonería y la psicopolítica soviética denunciada, entre otros, por George Orwell y sobre todo por las manipulaciones de la Escuela de Frankfurt, resultando hoy la pseudocultura ambiente, como ocurre por ejemplo sobre el “pensamiento único” o “políticamente correcto”, construido sobre reacciones emocionales ante términos como “democracia” o “progresismo” que producen adhesión emocional automática, mientras otros como fascista mueven mecánicamente a la repulsa o al odio.

            De ahí que los que nos oponemos al aborto en virtud de un principio sapiencial, seamos para algunos, al menos, “de derechas”, cuando no directamente tildados de “fascistas”, uso inventado por el Kominternnombre de la III Internacional o Internacional Comunista, fundada en 1919 para extender la revolución por el mundo, disuelta en 1943 por Stalin- para englobar todo lo malo y odioso que era la oposición al comunismo, en tanto que es no poco común calificar como “democráticos” y “progresistas”, y tenidos como “políticamente correctos”, los que tratan de imponer la despenalización de tal homicidio.    

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