Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 190 – 28.05.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

Mayo del 68

Por Jorge H. Sarmiento García

Muchas cosas ocurrían e inquietaban en Mayo de 1968. Las universidades de Francia, controladas y dirigidas desde París, se habían convertido en ollas de presión de la inquietud de los estudiantes originariamente por causas edilicias y académicas. Además, estaban los problemas con causas políticas, como la guerra de Vietnam, la supresión de la libertad por gobiernos de extrema derecha, una nueva ideología de izquierda bajo la forma del maoísmo, con su credo de violencia civil provocado por los Guardias Rojos de China en la Revolución Cultural, etc. Se estimaba entonces en Francia correcto para los estudiantes, los intelectuales o los obreros levantarse y precipitarse contra las barricadas del orden establecido en cualquier momento, lo que efectivamente ocurrió, siendo en opinión de algunos el lapso trascendental en el que la moralidad basada en la religión, el patriotismo y el respeto a la autoridad, quedó suplantada por la denominada moralidad liberal. Aunque este cambio no se llevó a cabo por completo en este único mes, el término “Mayo del 68” se usa aludiendo a este cambio de valores. En torno a 1968 emergió una nueva generación de movimientos y de activistas, mucho más politizados y activos que los anteriores. Buena parte de las organizaciones que en los años siguientes jugaron un papel social y político destacado, nacieron en esos años.

Lo cierto es que un movimiento generado en la Universidad de París con principalmente una ideología marxista, se levantó influyendo también devastadoramente en millones de jóvenes a nivel mundial, sobre dos supuestos básicos: el fin del principio de autoridad y la superación de la moral “represora”, movimiento en el que las ideas marcuseanas asentaron sus postulados en las bases del denominado “Mayo Francés” y su famoso “prohibido prohibir”. Gramsci, a su vez, aunque ya fallecido en 1937, igualmente influye, si no como un leninista ortodoxo, como un teórico atento a las sugestiones de Lenin sobre el tiempo de la política y su inserción en la historia.

Marcusse y Gramsci constituyen la esencia de la estrategia comunista actual vigente. Bien se ha escrito que el menoscabo de la propiedad privada cambiada por el concepto comunista de propiedad social; la intervención estatal en asuntos estrictamente familiares y privados basada en el supuesto Estado de bienestar; la alteración del código moral transmitido al Occidente por generaciones reemplazado por lo que se denomina políticamente correcto, como despenalizar el aborto, liberar el consumo de drogas, tolerar las conductas más disolutas, desviadas y descarriadas, el copamiento de los medios de comunicación social para neutralizar las disidencias al pensamiento único; la subversión de los conceptos jurídicos tradicionales; el fomento de la anarquía y el pacifismo a ultranza, fueron conformando lo que actualmente se denomina marxismo cultural, cuyos máximos referentes e inspiradores fueron Marcuse y Gramsci.

Reiteramos ahora aquí que, contra lo que muchos creen, Mikhail Gorbachev, autor de “Perestroika” -o “Revolución”- no anhelaba en modo alguno la supresión del marxismo-leninismo, sino su difusión y afianzamiento, planteándose con ese objeto subsanar aquellas disfunciones que habrían provocado la detención del desarrollo político y económico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Afirmaba que el socialismo “posee enormes posibilidades, todavía sin utilizar”, dado que “los clásicos del marxismo-leninismo nos legaron una definición de los caracteres más esenciales del socialismo, no una imagen completa y detallada del mismo”, aclarando que “Quienes alberguen la esperanza de que abandonemos el camino del socialismo van a quedar desengañados”. Y en efecto, aunque si bien la encarnación política del marxismo-leninismo inesperadamente se vino abajo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y en sus países lacayos, ello no significa que haya desaparecido la ideología, la que subsiste en algunos Estados, en muchos ambientes académicos y en el afán de ciertos partidos políticos.

Así, el fracaso del denominado “socialismo real” en los países de Europa Central y Oriental, constituiría la confirmación de la previsión de Antonio Gramsci sobre la imposibilidad de construir una sociedad socialista sin haber logrado el consenso ampliamente mayoritario de la población, consenso que sólo se podría obtener actuando en el campo de la cultura para conseguir la hegemonía intelectual y moral del nuevo bloque emergente. Aquí encontramos el origen de lo que se ha dado en llamar “neomarxismo”, que implica un intento de vuelta a Marx, para darle una interpretación diversa de la oficial tratando de podar al sistema de aquellas partes que, a juicio de los neomarxistas, no son esenciales, sino que -dicen- respondían a las condiciones de la época en que se formuló, pero no son exigidos por su lógica interna.

De origen socialista, en 1920 Gramsci se escindió de su partido con la “fracción comunista” que el 21 de enero de 1921 formó el Partido Comunista Italiano (PCI), como integrante de su “Comité Central”. Viajó a Rusia donde vivió varios años, volviendo a Italia en 1924 y en 1926 fue detenido, acusado de incitación al odio de clases, de instigación a la guerra civil y otros cargos. Dos años después fue condenado a 20 años de cárcel, donde murió en 1937, como dijimos. A partir de 1929, autorizado por sus guardianes, escribió más de cincuenta cuadernos que a su muerte se publicarían como “Quaderni del Carcere” y cuya línea de pensamiento la constituía “el papel de los intelectuales en la sociedad”, habiéndose sostenido que es el teórico de la revolución cultural en occidente.

Mientras que Marx subrayaba la importancia de las condiciones objetivas de la revolución, Gramsci desarrolló, en un periodo posterior y aprovechando la experiencia de la revolución soviética, la teoría del consenso como teoría subjetiva de la revolución socialista: sin el acuerdo de la sociedad, no se puede realizar con éxito la revolución. Para Gramsci no se debía apuntar a los medios de producción como decía Marx, ni a los medios de poder político como decía Lenín, sino a los medios de comunicación, la cultura y la educación. Para ello era vital el control de los centros de difusión del pensamiento, tales como universidades, colegios, prensa, radio, (hoy, televisión), etc.  Sostenía que un poder político que no tuviera una sociedad que le respondiera ideológicamente, estaba girando en el vacío, y que si se lograba que la mayoría aceptara la ideología socialista, la toma del poder político sería como recoger una fruta madura. Se trata de una estrategia sin tiempo, donde sus alianzas pueden desorientar, pueden cambiar, pero sus objetivos son invariables: suplir los valores sobre los que asienta la sociedad. Gramsci asignó importancia a ganarse a los intelectuales tradicionales que, aunque no involucrados en la política, influyen en la propagación de las ideas. Decía que la sociedad comienza a resquebrajarse cuando aparecen teólogos, militares, profesores, periodistas, que empiezan a renegar de la sociedad a la cual pertenecen, es decir que traicionan a la misma, y aunque no se declaren partidarios de tendencias marxistas, se preparan para la nueva hegemonía que va adquiriendo cuerpo. La obra de Gramsci y de sus continuadores queda estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento del marxismo elevado a la creación de una cultura integral; y particularmente Gramsci habría cumplido esta tarea de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta.
Lo cierto es que el “neomarxismo” ha hecho permanecer el pensamiento marxista, mas no con aquella vertiente stalinista que conocimos en la segunda mitad del siglo pasado, sino revestido de una forma más tenue, más atrayente, intelectualmente bien construida, que le da un nuevo carácter sugestivo. La propuesta neomarxista -en contraposición al pensamiento leninista, que justifica la violencia política, el totalitarismo y la vía armada- propicia la penetración intelectual y espiritual, camino que puede ser lento, sofisticado y que requiere penetrar la coraza de la “superestructura” social y moral. El desafío histórico de Lenin de crear una sociedad a partir de una voluntad política totalitaria -tanto en los medios como en los fines-, considerando las condiciones culturales, sociales, económicas y políticas de la sociedad de hoy, según el “neomarxismo” debe ser corregido en sus aspectos políticos y estatistas para lograr, mediante mecanismos formalmente democráticos, pacíficos y progresistas, la conquista plena del poder; ello con la intención de transformar el orden imperante en una forma totalitaria. El neomarxismo pretende apropiarse de valores como la equidad, la igualdad, la tolerancia, la preservación del medio ambiente, los derechos humanos y de las minorías, etc., aunque busca alcanzarlos saltando el principio de subsidiariedad, propiciando nuevas formas de intervencionismo estatal en materias de propiedad, educación, salud, económicas, tributarias y previsionales, entre otras, restándole toda importancia a la libertad individual.

La ideología marxista, entonces, sobrevive y gobierna, sobre la base de la interpretación efectuada por Gramsci al marxismo, al que consideró como la doctrina de la salvación de la ilusión (o sea de la religión) y del engaño (el capitalismo). Visualizó la debilidad del marxismo leninismo de la toma violenta del poder, señalando que sólo una alternativa que apuntara a la ocupación cultural, al ejercicio del verdadero liderazgo al interior de la sociedad civil, podría tener éxito para alcanzar y desarrollar el poder, estrategia que operaría mejor en el modelo occidental capitalista que la cruel guerra de maniobras propiciada por el marxismo leninismo. Manifiestamente anticlerical, Gramsci creía que la Iglesia, junto con la educación, constituía una de las dos instituciones culturales superiores de un país, desde que conformaban el “sentido común de la sociedad”, esto es, el sentido valorativo de ella (lo que está bien y lo que está mal). Estaba convencido que todo progreso en el orden científico implicaba un retroceso en el campo de la fe, de allí su rechazo absoluto al sentido de trascendencia y su concepción de la inutilidad de las religiones, a las que consideraba utópicas. Pregonaba un “materialismo” basado en el deseo de encontrar en esta tierra y no en otro lugar el sentido de la vida, rechazando categóricamente el “más allá” u otra vida religiosa. Es decir, el “materialismo” como sinónimo de antiespiritualismo. Esta concepción de repudiar el espiritualismo o la cosmovisión religiosa de la existencia, se denomina “inmanencia”, en contraposición a la “trascendencia”.

Gramsci veía que sería imposible instaurar el comunismo en los países occidentales siguiendo la misma estrategia que Lenin había seguido en Rusia, debido a que el pueblo en estos lugares tenía tan fuertemente arraigadas sus creencias, costumbres y tradiciones, que no aceptarían jamás las ideas del materialismo dialéctico por la vía de la fuerza militar y del Estado.

De nada serviría tomar el poder del Estado y la educación por la fuerza, si el pueblo no colaboraba después con él, para el adoctrinamiento en el pensamiento materialista. Para lograr los objetivos marxistas en los países occidentales, especialmente latinos, habría que acabar primero con esas creencias, costumbres y tradiciones del pueblo. Obviamente, para ello sus dos obstáculos más importantes en los países latinos, los enemigos a vencer y destruir antes que nada, son las iglesias cristianas (especialmente la católica) y la familia; y para vencerlos, sería menester: Acabar con las creencias, tradiciones y costumbres que hablen de la trascendencia del hombre, ridiculizándolas con mensajes cortos y accesibles y por todos los medios, haciéndolas aparecer como algo tonto, ridículo, pasado de moda. De este modo, se hará dudar a las gentes de sus convicciones más íntimas o, por lo menos, se los hará sentirse avergonzados de ellas. Sobre la duda, sembrar nuevas ideas. No hablar de materialismo, pues los pueblos conocen el término y se pondrán en guardia. Hay que hablar de inmanencia, lo opuesto a la trascendencia y hacerle saber al mundo que eso, el hombre inmanente, el que piensa y vive sólo para el aquí y para el ahora, es lo moderno, lo actual. Silenciar, a través de la calumnia, la crítica abierta, la burla, la ridiculización y el desprecio social, a todo el que se atreva a defender las ideas de un paso más allá de una vida trascendente. Crear una nueva cultura en donde la trascendencia no halle lugar alguno. Infiltrarse en la “superestructura”, introduciéndose en las iglesias y en las instituciones educativas para reforzar desde ahí las ideas de lo que es moderno y actual (lo inmanente) y de lo que está pasado de moda y es ridículo (lo trascendente). Erradicar de los programas educativos todo lo que hable de tradiciones familiares y de una vida eterna. Conseguir, por cualquier medio (incluidos el soborno y el chantaje) a personajes disidentes que sean famosos dentro de la superestructura (iglesias, escuelas) para que sean ellos mismos los que ridiculicen sus propias Instituciones y difundan así las ideas neomarxistas. Del mismo modo, no importa cuál sea, conseguir que artistas, pensadores, periodistas y escritores que ridiculicen la fe, las tradiciones y a todo aquél que se atreva a defenderlas.

Dueños ya de la sociedad política, se influirá coercitivamente, a través de las leyes y normas positivas, sobre la sociedad civil que ya piensa como neomarxista o ya no sabe ni qué piensa o, por lo menos, le da miedo decir lo que piensa.

El plan se cierra, desde el gobierno, con el pueblo concientizado para alcanzar el paraíso aquí en la tierra.

Herbert Marcuse, representante del freudo-marxismo alemán de la década del treinta, exilado en los Estados Unidos, era un desconocido para los franceses hasta que se produjeron los hechos de mayo de 1968. Se habían organizado jornadas marcusianas y, luego de los acontecimientos, se formaron círculos de estudios, asambleas generales críticas, grupos de investigación, en los que las obras de Marcuse fueron estudiadas y difundidas con gran entusiasmo. Muchas de las consignas utilizadas -como la crítica de la sociedad de consumo, la represión, la rebelión sexual, la imaginación al poder- constituían planteamientos que Marcuse había hecho. Él retoma en todas sus obras el tema de no pactar con la sociedad industrial avanzada ni con la represión. Nada de reformismo sino ruptura, negación total. Rechazar todo lo que oliera a esa sociedad, ya que aceptar cualquier tópico sería soportar el engranaje del sistema y convertirse en su más cercano cómplice antes de ser su prisionero. Sólo el rechazo total y radical es una defensa eficaz, al mismo tiempo que se constituye en la condición primera para edificar luego, sobre las ruinas del sistema existente, la nueva sociedad.

 Ahora bien, no dudamos en afirmar que en no pocos países el neomarxismo ha impuesto su contenido al “Estado Social y Democrático de Derecho”, pese a que, aparentemente, luego de la “guerra fría”, quedó triunfante la concepción de la vida de las potencias occidentales, radicalmente incompatible con la doctrina revolucionaria y anticapitalista, concepción que hasta ahora no ha sabido dar respuestas acertadas al problema que supone la subsistencia de grandes zonas de miseria que sigue habiendo en el mundo, zonas que el comunismo ha trastornado encendiendo guerras fratricidas, como ha ocurrido en la región de los lagos de África Central y en otros países.

Así las cosas, sin duda que las economías libres y las comunidades políticas democráticas son elementos cruciales de la sociedad para hacer frente al neomarxismo, como creemos se debe, pero aceptando que la mejor forma de resistirlo es vivir la libertad política y económica, la que exige la conciencia informada por las verdades morales, siendo preciso sentar sus bases y límites, proporcionadas por una cultura moral pública convincente.

En consecuencia, estimamos que la primera y fundamental exigencia que se deriva del “Estado Social y Democrático de Derecho” para el derecho en estos inicios del siglo XXI, es edificar y preservar la sociedad en y desde la auténtica libertad, tan alejada del libertinaje, rescatando y desenvolviendo el concepto de que la libertad, instruida por la razón, está orientada por la verdad y encuentra su completa consumación en la bondad del perfeccionamiento humano. El acceso a la dignidad humana no se atraviesa disminuyendo el travesaño de la vida moral sino levantándolo hasta el punto más alto…

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