Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN Diario Constitucional y Derechos Humanos Nro 179 – 26.02.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

¡Cuidado con la democracia!

Por Jorge H. Sarmiento García

Ya Platón en la República y Aristóteles en la Política, se dedicaron puntualmente a demostrar cómo la “tiranía” se desarrolla de forma enteramente natural a partir de la “democracia”.

Y siglos después Tocqueville escribió – en “La democracia en América”- que hubo en la Revolución francesa de 1789 dos movimientos de sentido contrario que no hay que confundir: uno favorable a la libertad, otro favorable al despotismo. Decía -en nuestra versión libre- que el segundo proviene de la tendencia a la igualdad en la democracia, produciendo la igualdad dos orientaciones: la una conduce directamente a los hombres a la independencia y puede lanzarlos de golpe hasta la anarquía; la otra les conduce por un camino más largo y más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre. Los pueblos -agregaba- ven claramente la primera, y por lo general la resisten, pero se dejan conducir por la otra sin verla, siendo particularmente conveniente mostrársela; y Tocqueville estaba convencido de que la anarquía no es el principal mal que los siglos democráticos deben temer, sino el menor, dado que la tiranía suele venir como fruto de la evolución pacífica y paulatina de la democracia hacia la omnipotencia del Estado.

Señalaba el noble francés que, en efecto, por encima de los individuos se puede elevar un poder inmenso y tutelar, que se encarga él solo de asegurar sus goces y velar por su suerte. Se parecería a la potestad paterna si, como ésta, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero no procura, por el contrario, más que fijarlos irrevocablemente en la infancia; quiere que los ciudadanos disfruten con tal de que no piensen sino en disfrutar. Quiere ser el único agente y el sólo árbitro para el bienestar de los pueblos, y así como trata de proveer a su seguridad y satisfacer sus necesidades, busca facilitar sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias. Ergo, “¡Por qué no podría quitarles por ejemplo el trastorno de pensar y el esfuerzo de vivir!”.

Agregaba Tocqueville que después de haberlos tomado así, poco a poco, en sus poderosas manos a los individuos, y de haberlos rodeado a su guisa, el “soberano” extiende sus manos sobre la sociedad entera; le cubre la superficie de una red de reglas a través de las cuales los talentos más originales y las almas más vigorosas no pueden hallar claridad para sobrepasar la muchedumbre; pliega y dirige las voluntades; comprime, enerva, apaga y reduce, en fin, cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos e industrioso cuyo pastor es el Estado.

Ahora bien, cierto es que en el pasado siglo hemos comprobado el ascenso y poderoso auge global de formas de Estado que pretenden ser democráticas y que, después de vencer al nacional socialismo y al fascismo y tras el colapso de la Unión Soviética, adquirieron en occidente una preeminencia categórica.

Pero a ello debe sumarse el no poco frecuente desconocimiento de un escalonado pluralismo de órdenes sociales en la unidad política y del principio de subsidiariedad, lo que no es de extrañar habida cuenta que la historia del Estado occidental moderno se ha caracterizado por la absorción gradual de unas atribuciones y responsabilidades que anteriormente residían en otras asociaciones, buscando que en la vida política existiesen sólo dos elementos y una relación cada vez más directa entre la autoridad y el individuo.

Así las cosas, suele no existir en verdad un espacio libre fuera del Estado, que no sea tutelado por él. La regulación estatal alcanza a todas las facetas de la sociedad y a todas las actividades, sean del tipo que sean. El gobierno se ve a sí mismo cada vez más como un proveedor burocrático de bienes y servicios, cuya tarea principal es servir a sus clientes o usuarios, confundiéndose entre sí los espacios en el Estado, en la sociedad civil, en las empresas. Las autoridades no respetan las justas divisiones entre el Estado, la sociedad civil y la economía.

En consecuencia, se están poniendo en evidencia, especialmente en esta nueva centuria, inquietantes grietas en ese modelo, advirtiéndose que ante los devastadores golpes de las crisis económicas, muchos Estados occidentales padecen en la búsqueda de soluciones enredados en actitudes cortoplacistas, forzados por transitorios intereses partidistas, extorsionados por vigorosos factores de presión o de poder, y temerosos por el progresivo malestar social.

Por eso destacamos la necesidad de procurar ensanchar y hacer prevalecer al verdadero pueblo, que piensa, que trabaja, que cuida sus propios y verdaderos deberes y que, por esa misma razón, necesita gozar de una libertad regularizada y del orden por la justicia.

Para cuidar entonces la democracia se necesita ante todo y entre otras cosas, una buena educación para la libertad y la responsabilidad, que imprima carácter, dignidad y firmeza; una dirigencia racional, inteligente, respetuosa de los individuos y de sus asociaciones no estatales, ecónoma del bien particular (que está ligado y es responsable con el bien general de todos), respetuosa del principio de subsidiariedad, amiga de la sobriedad, que admita que no es el número lo que representa la fuerza, sino que es la justicia en sus tres formas (conmutativa, legal y distributiva) la que representa los derechos y los intereses.

Y si no es así, ¡cuidado con la democracia!

 

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