Home / Area / COLUMNA DE OPINIÓN 1 Diario DPI Suplemento Derecho Civil, Bioética y Derechos Humanos Nro 41- 18.09.2018


COLUMNA DE OPINIÓN

La medicalización de la infancia: retrocesos hacia un paradigma ¿superado?

Por Alejandra Zucchini*
  1. Introducción

 El Código Civil y Comercial de la Nación ha incorporado grandes modificaciones en materia de salud de niñas, niños y adolescentes. En este sentido, el artículo 26, CCCN recepta el principio de autonomía progresiva en consonancia con lo dispuesto por el art. 12 de la Convención sobre los derechos del niño. A su vez, el interés superior del niño se erige como valor primordial en todas las medidas o decisiones que lo afecten. No es profuso recordar que el objetivo de éste concepto es “garantizar el disfrute pleno y efectivo de todos los derechos reconocidos por la Convención y el desarrollo holístico del niño”[1]. Y el Comité sobre los derechos del Niño ha señalado que “lo que a juicio de un adulto es el interés superior del niño no puede primar sobre la obligación de respetar todos los derechos del niño enunciados en la Convención”.[2] En relación con la normativa de salud mental, en el año 2010 se sancionó la Ley de Salud Mental N° 26.657. De esta manera, se adecuó la legislación nacional al paradigma de derechos humanos consagrado por los tratados internacionales con jerarquía constitucional.

A través del presente trabajo se intenta reflejar ciertas prácticas y/o discursos médicos en relación con la infancia que a la propia consideración no se condicen con el marco reseñado. En los tiempos posmodernos existe una creciente tendencia a clasificar los comportamientos de la infancia como síntomas o enfermedades. Cada vez más se advierte el elevado número de niños y niñas que son derivados a la consulta psiquiátrica por problemas en sus aprendizajes o comportamientos, y en este contexto aparece la medicación como la solución más oportuna para lograr la mayor homogeneización y normalización posible, sin profundizar demasiado en otros posibles factores individuales y externos que pueden desembocar esos comportamientos. Así, se promueven prácticas que terminan vulnerando derechos.

  1. La medicalización de la infancia como signo de “normalización”

El término “medicalización”, hace referencia al abuso que se viene haciendo de ciertos recursos propios de la medicina para intentar resolver rápidamente problemáticas de otro orden. Lo que en su lugar aquí se considera necesario poner en cuestión con el concepto de “medicalización” es una tendencia que, apoyada en concepciones de fuerte sesgo biologicista e innatista, en los últimos tiempos parece avanzar con intenciones hegemonizantes, no sólo ya sobre la población en general, sino ahora también sobre la niñez y adolescencia, reduciendo para esto de manera científicamente injustificada, complejas problemáticas socio-familiares y escolares a la idea de que todas ellas se tratan en realidad de “supuestas” deficiencias o trastornos neurocognitivos de etiología genética portados por los mismos. Y que por esta razón, la única solución posible que se les propone entonces, parece limitarse a tratamientos médicos, centrados en la administración de drogas psicoactivas, que se acompañan a la vez de toda una serie de procedimientos complementarios de “adiestramiento conductual”, que alcanzan incluso el campo de lo escolar[3].

Cada día se observan más chicos en las aulas rotulados de deficitarios, medicados desde temprana edad; sometidos a tratamientos multitudinarios, portando certificados de discapacidad por trastornos mentales y en proyectos de integraciones escolares, ya que el punto de inflexión de la medicalización se centra en el padecimiento, la enfermedad, el cuidado y la rehabilitación en esta idea de “normalizar” a la infancia que ha sido descarriada.

 Se advierte entonces, en relación a esta problemática que, en la sociedad actual no sólo los médicos concentran el poder e imponen sus saberes y prácticas en los procesos de medicalización, sino que existe un conjunto de actores que facilitan y legitiman la expansión de la medicalización de la vida cotidiana, de manera especialmente acentuada en determinadas áreas que se muestran particularmente proclives para que esto ocurra[4], tal como sucede en el campo educacional.

Ahondando en esta línea, se observa lo que está sucediendo hoy en las escuelas, cuando los escolares que por no responder a las expectativas de sus docentes, aquellos cuyas trayectorias escolares aparecen como “marcadas” sistemáticamente por el fracaso, ya sea a nivel de su rendimiento académico, como en aspectos vinculados a la convivencia escolar, rápidamente son derivados al neurólogo “bajo sospecha” de que padecen algún tipo de “déficit neuro-cognitivo”, de supuesta etiología genética, además. Y que luego de una  “protocolizada” evaluación cuantitativa de sus funciones cognitivas son devueltos a sus aulas con “etiquetas” diagnósticas, de modo de normalizar su comportamiento en la escuela. Ante estas circunstancias se les indica a no pocos niños y niñas en la actualidad, tratamientos en base a estimulantes y drogas psicoactivas con la promesa de así “eliminar” sus “trastornos” como “por arte de magia”.[5]

Es decir, los niños que no responden a las pretensiones de los otros y las exigencias del momento son diagnosticados como deficitarios, medicados, expulsados de las escuelas. Ya no se “portan mal” sino que tienen un déficit, no es que son inquietos, traviesos, bulliciosos, sino que sufren de un trastorno, no se distraen, sino que tienen una enfermedad.

          Y estas ideologías nos memoran a prácticas discursivas ya superadas, es decir prácticas propias del modelo médico-rehabilitador, que se instauró bajo la mirada vigilante de médicos, educadores y demás profesionales de la salud mental. De manera que la medicalización implicó, un mecanismo de control de los cuerpos, es decir, “[…] un dispositivo que conjuga tácticas y tecnologías específicas como el consecuente protagonismo médico para evaluar los cuerpos y distinguirlos entre discapacitados/no discapacitados, normales/anormales, lo que se objetiva en un diagnóstico”[6].

  • Conclusión

             La mirada sobre la infancia se ha transformado en una búsqueda permanente de desvíos, los que se configuran de manera descontextualizada de la situación de los niños y niñas, sin indagar en la historia de ese niño, sin hablar con él, sus comportamientos se atribuyen a causas orgánicas,  y la medicación aparece como algo que resuelve problemas de conducta y de aprendizaje, como lo que soluciona en forma rápida las dificultades que un niño o niña puede tener en su adaptación al ritmo escolar.

Es decir, el modo mismo del diagnóstico implica una operación devastadora de la subjetividad, en la que el niño queda borrado como alguien que no puede decir acerca de lo que le pasa, y catalogado en diagnósticos estigmatizantes que influirán en su desarrollo vital.

En base a lo expuesto, la plena aplicación del concepto de interés superior del niño exige replantear tales discursos que pertenecen a un paradigma ya superado, y adoptar un enfoque basado en los derechos, a fin de garantizar la integridad física, psicológica, moral y espiritual holísticas del niño y promover su dignidad humana.

[*] Abogada. Maestranda en Maestría en Estudios Sociales y Culturales de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam.

[1] Observación general Nº 14 (2013) sobre el derecho del niño a que su interés superior sea una consideración primordial (artículo 3, párrafo 1).

[2] Observación citada.

[3] Dueñas, Gabriela. La biomedicalización de los malestares en las infancias actuales.

[4] Dueñas, Gabriela. Ob. citada

[5] Dueñas, Gabriela. La estigmatización como efecto de prácticas escolares ligadas a la patologización y medicalización de las infancias y adolescencias actuales “en problemas”.

[6] Solé, L. S. (2014). La medicalización de las infancias, ¿hacia una coerción de sus proyectos de vida? Temas de Educación, 20(1), 49-65.

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